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Mié, Abr
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Sindical
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En esta columna, Mario Alderete, secretario Sindical del partido Comunista, analiza el momento socio político actual y se refiere a la necesidad de crecimiento en el seno de la clase.

Durante mucho tiempo se ha visto a las ultraderechas como minorías intensas sin capacidad de hegemonía; esto no solo se ha revertido parcialmente, sino que además ha dejado en evidencia que el regreso de las mismas a la dirección del Estado constituyó un momento de profundización de crisis social, política y económica y de destrucción y entrega de la soberanía nacional a las grandes corporaciones financieras bajo la tutela y las disposiciones del FMI.

Una de las principales características de las fuerzas que componen el llamado “mercado internacional”  es que tratan  permanentemente de  deformar, destruir o influenciar las instituciones sociales, se obstinan en crear  un  sentido común desfigurado y  forjar una cultura popular que gire alrededor del consumismo, de  la competencia y del individualismo. 

Esta corriente profunda y oscura es alimentada en nuestros días por las redes sociales y atrás de ellas hay una estrategia muy bien pensada y de largo aliento.

La ola de conservadurismo retrógrado y agresivo, que rápidamente trata de  apoderarse de América Latina, no es exclusiva de las clases dominantes que regresan revanchistas después de una década de confinamiento en la arena política. Por lo tanto resulta decisivo e insoslayable que la izquierda, la centroizquierda y  el progresismo en sus diversas variantes (hoy tomados como sinónimos) enfrenten  el desafío de superar esta crisis  y el correspondiente avance de la derecha con una fuerte  dosis de unidad  y de realismo político que permita superar el convencimiento errado que muchos sectores tienen acerca de que aún es posible la convivencia  entre la democracia burguesa y el actual capitalismo concentrado y financiero.

Se trata, a nuestro juicio, de una batalla desigual y cruenta y en tal escenario, la izquierda y el progresismo tienen la obligación de forjar fórmulas para volver a poner en el centro el problema de la desigualdad social, la pobreza, la desocupación, la previsión social, la educación, la salud pública, etc., que han erosionado duramente las condiciones  más elementales de la democracia.  Se deben dejar de lado las caracterizaciones fáciles como así también la subestimación del enemigo y las respuestas estériles. Resulta necesario construir una alternativa política, hacer un análisis concreto de nuestras  dolorosas realidades y un profundo trabajo de organización en el todavía fragmentado  campo popular de tal modo que permita enfrentar a los super-organizados  enemigos de clase que se reúnen en Davos, en el Grupo de Bildelberg, en el G-7, la OCDE, el FMI, etc.. Se debe hacer también un no menos crucial trabajo de concientización para exponer el lento genocidio que perpetran las clases dominantes del capitalismo mundial y para que todas y todos perciban que otro mundo es posible, que eso no es una quimera o una utopía irrealizable.

Por lo tanto: organización, unidad en la lucha, concientización y una sofisticada estrategia política de construcción de poder popular que no debe, bajo ninguna circunstancia, reducirse  sólo al momento electoral. Al contrario, desde el combate anti neoliberal,  construir la propuesta electoral alternativa. 

La clase dominante, el gran empresariado y sus aliados, luchan a diario por sus intereses y jamás detienen sus empeños para ajustarse al calendario electoral. Debemos hacer lo mismo y luchar a diario  tomando nota, además, de los profundos cambios registrados en la subjetividad de las clases y capas populares que empuja a algunos de sus sectores a votar por sus verdugos (la reciente experiencia electoral en Brasil así lo demuestra). Cambios que son consecuencia del fabuloso desarrollo de la informática y los medios de comunicación que permite llegar hasta las capas más profundas del inconsciente y, desde allí, manipular la conducta política de la población.

Debemos provocar el análisis de lo sucedido en nuestros países en los últimos  lustros, donde gobiernos surgidos de las movilizaciones populares trataron de poner a los más humildes como sujetos de la política. Existe frustración cuando aparecen  personalidades políticas o dirigentes obreros y sociales que lanzan consignas  sin ideas, muestran  incoherencia disfrazada de idealismo y hasta proponen  un macartismo perverso. Otro dilema que surge al debate es si nuestros países debieran ir por un fortalecimiento republicano o ayudar a su derrumbe. La democracia representativa, la propiedad privada y los partidos políticos son algunos de los conceptos  que organizan nuestra vida institucional, pero la profundidad de la crisis actual cuestiona a la modernidad y al capitalismo, matrices sobre las cuales se han construido los valores que sustentan esta civilización. Ya no se trata de reformarlas sino de cambiar los paradigmas que hacen a su vigencia, existencia, constitución y organización.

Hoy se sucede una dinámica de cambios impensable hace apenas dos décadas, ya en lo tecnológico, ya en lo cultural. Las realidades tecnológicas, políticas, económicas, sociales, culturales son muy diferentes a las de décadas atrás, pero los desafíos siguen siendo los mismos. La derecha no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Miente, manipula, tergiversa los hechos. Usa todo el arsenal de herramientas disponibles: medios masivos de comunicación, manipulación en el uso de datos y perfiles recolectados por las llamadas redes digitales en manos de grandes megaempresas que los venden al mejor postor, en especial a los Estados; especialistas en imagen y manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas, en una guerra de quinta generación, de redes, dirigida a las percepciones y no al raciocinio de la ciudadanía.

Quizá la peor atadura que pueda tener el progresismo es su propio temor a autocriticarse, a quedarse en un conformismo intelectual, en un cierto posibilismo, o seguir anclado en escenarios y discursos ya perimidos por la realidad.

Las propuestas, en lo que respecta a nuestra Argentina,  deben incluir una nueva Constitución y la reestructuración del Estado, la problemática de seguridad y defensa, la fase actual transnacional y  concentrada del capitalismo, la integración regional soberana y la destrucción de las herramientas de la nueva gobernanza global, el neocolonialismo y la dependencia que propone el FMI. Debemos insistir en Latinoamérica y el Caribe como territorio de paz, combatir a fondo las nuevas forma de trabajo esclavo, la mercantilización del conocimiento y la educación. Se debe proyectar un cambio de las estructuras sociales y se debe pensar otra comunicación y otra democracia, participativa,  de carácter nacional, popular, anti-capitalista y de integración latinoamericana y caribeña.

Es mucho más difícil construir que resistir: hay que juntarse, programar acciones y objetivos tácticos y estratégicos. Y como lo demuestra la experiencia revolucionaria mundial, la construcción se hace desde abajo echando las bases que consolidan el verdadero poder popular con sustento  material e ideológico. De lo contrario, tal como lo indica la realidad,  lo único que se construye desde arriba es un pozo.