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Mar, Abr
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Sindical
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Se derrumba la industria automotriz y todo lo demás...mientras la burocracia sigue deshojando la margarita.“Durante los próximos meses se van a perder quince mil puestos de trabajo en el sector automotriz”, adelantaba en diciembre del año pasado –y no se equivocaba- el titular del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata), Ricardo Pignanelli.

Dos meses más tarde, la fotografía del sector exhibe un panorama desolador. Esta semana, tras las suspensiones que anunciaron PSA Peugeot y Honda, se suma las que dispuso Renault que hoy paralizó la planta que posee en Córdoba, lo que afecta a 1500 operarios que sólo percibirán el setenta por ciento del salario.

También Fiat discontinuó su producción en la planta que tiene en esa provincia, lo que provocó la suspensión de dos mil trabajadores y GM sigue con el esquema de suspensiones programadas que viene desarrollando desde enero.

Por su parte, Mercedes Benz anunció que deja de fabricar en el país el modelo Vito, por lo que cientos de operarios de la planta de Virrey del Pino entran en zona de riesgo.

Y, en febrero, Iveco suspendió a más de novecientos trabajadores, en tanto que Ford ya anunció que va a hacer lo propio con personal de su planta de General Pacheco.

Las perspectivas son desalentadoras y un dato en esta dirección lo aporta el titular de la cámara patronal Adefa, Luis Fernando Peláez Gamboa, quien reconoció que diciembre fue malo y enero fue un desastre para el sector, ya que las ventas mayoristas al mercado interno se derrumbaron más del cincuenta por ciento comparadas con las de igual mes de 2018, mientras que la producción se desplomó 32 por ciento.

Pero como está escrito en el canon capitalista, cuando hay crisis, el universo del capital se lamenta y los platos rotos los paga la clase trabajadora.

Por eso, nadie puede sorprenderse cuando se advierte que durante el bimestre inicial de 2019, las patronales del sector ya se cargaron el trabajo de más de siete mil personas, porque –sobre todo- multinacionales del sector radicadas en el país, paralizaron la producción y echaron o suspendieron personal. Y quien menos puede sorprenderse es el secretario del Smata.

Corría mayo de 2017, cuando Pignarelli le puso el pecho a los dardos que se dispararon sobre Mauricio Macri durante el acto inaugural de un sanatorio del Smata, en el barrio de Mataderos.

Ya por entonces, con la producción automotriz en franca caída, algunos burócratas de segunda línea comenzaban a inquietarse y se lo expresaban al Presidente, incluso rompiendo el protocolo en las propias narices de su mandamás.

Pero no era esa la primera vez que Pignarelli operaba de escudo humano del Gobierno Cambiemos.

Cuando Macri todavía no se había acomodado en La Rosada, el líder del Smata –quien se autodefine como kirchnerista- fue la estrella de la comitiva que acompañó al mandatario en su visita oficial a Japón.

Significativamente, esa vez, el plato fuerte del periplo no fue la foto entre Macri y Shinzo Abe. Es que esa reunión se vio opacada por la que protagonizaron el presidente, Pignarelli y el titular de Toyota en Argentina, Miguel Herrero, con los ceos locales de esa transnacional, para exhibir –orgullosamente- los acuerdos firmados donde se recalca la palabra clave: “productividad”.

Pero traducida al castellano, esa palabra no significaba otra cosa que modificaciones regresivas en el convenio laboral del sector, destrucción de derechos adquiridos por los trabajadores y un peligroso avance en el que es uno de los ejes clave del “cambio cultural” que tiene como paradigma el Gobierno Cambiemos.

 

Una historia de amor

 

El romance públicamente se había iniciado cuando Macri inauguró una planta de Toyota, en Zárate. Ese día, mientras en la periferia trabajadores despedidos de Atucha lo escrachaban, el presidente elogiaba al secretario del Smata.

Y la prenda de amor fue el acuerdo presentado en Japón, en el que a cambio de vagas promesas de inversiones que nunca se concretaron cabalmente, se concretó lo que desde las propaladoras de la massmedia de gobierno, se presentó como una suerte de Vaca Muerta II.

Desde esa mirada, se celebró la potencialidad de una burocracia dispuesta a cerrar acuerdos sectoriales abrochados detrás de la zanahoria de la productividad, a cambio de bajar lo que el universo del capital llama “costo laboral”.

¿Qué quiere decir esto? Sencillamente el rediseño regresivo de la relación entre los universos del trabajo y el capital, algo que el ejecutivo intentó imponer por medio de un proyecto de Ley que la movilización popular hizo fracasar en diciembre de 2017.

La idea, lejos de desvanecerse, sigue presente en la agenda gubernamental y es una de las cartas fuertes que La Rosada reserva para ofrecer al mundo financiero a cambio de las divisas que le permitan transitar 2019, al menos, sin corridas que podrían sentenciar la suerte electoral de Cambiemos.

Un dato lo apuntó el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, quien a caballo de lo que denomina “agenda de crecimiento”, pretende meter por la ventana de la nueva Ley Pyme a la reforma laboral.

La iniciativa no dista mucho del Plan B con el que intentó atacar el ejecutivo, cuando tuvo claro que no había condiciones políticas para que su proyecto de reforma laboral pasara, en diciembre de 2016.  

Polivalencia de tareas, banco de horas que le permita a la patronal reducir arbitrariamente la jornada, reducción de los montos indemnizatorios e incluso la habilitación de un sistema de descuentos, que permita que sea del bolsillo del propio trabajador de donde salga la indemnización.

Así las cosas, Pignarelli y otros burócratas siguen prometiendo paros y planes de lucha que siempre son para pasado mañana, mientras -con algunas ayuditas incomprensibles- se lavan la cara, con la mirada puesta en el horizonte de octubre.

Ese mes aparece como mágico, también para otros sectores sindicales que chapotean en la indefinición y que -a veces- parecen más preocupados por la posibilidad de un barajar y dar de nuevo en la gestión del Estado que propone la dinámica electoral liberal burguesa, que por el deber que les compete de establecer estrategias de lucha que respondan a una realidad, cada vez más terrible, para la clase trabajadora.

Mientras, sólo durante 2018 y de acuerdo a datos oficiales de la cartera laboral, se destruyeron casi doscientos mil puestos de trabajo. Y, si para muestra alcanza con un botón, ese mismo año -según el Indec- los ingresos del sector asalariado informal cayeron casi catorce puntos porcentuales y en el sector registrado cerca de doce.

Más allá de los amores de Pignarelli y otros burócratas, pero también de la facilidad que encuentran para blanquearse, lo que pasa ahora con la industria automotriz es un claro ejemplo de las consecuencias que trae el proceso de deslocalización industrial, que caracteriza al actual momento de desarrollo capitalista.

Un proceso que regulado desde modelos de gestión capitalista –del capitalismo “bueno” o del “malo”- sólo puede tener un resultado desastroso para el universo del trabajo.

Porque en esto del proceso económico y la relación entre esos universos antagónicos, la cosa no pasa por el modelo de gestión estatal, sino por el tipo de Estado.

En este momento del desarrollo capitalista, para la legitimación del Estado Liberal Burgués, sus herramientas y objetivos, resulta fundamental aniquilar la conciencia de clase.

Y esto es así porque desde la conciencia de clase, es desde donde se puede reconstruir la médula de un desarrollo histórico fundamentado en la fraternidad y la solidaridad de clase, como mecanismo válido para organizar y articular la resistencia hacia las injusticias que impone la clase capitalista y se articulan por medio de los dispositivos del Estado Liberal Burgués.

Asimismo, es la conciencia de clase, la que hace que podamos establecer una dinámica basada en la acción colectiva que facilita la autopercepción e identificación entre pares y respecto a otras clases antagónicas, lo que facilita la identificación del enemigo.

Pero también, en el mientras tanto –esto es aquí y ahora- y en el después, es la conciencia de clase la clave para avanzar en práctica de apoyo mutuo y acción colectiva, por parte de las clases subalternas, frente al ataque de aquellas dominantes.

De ahí tanto énfasis de parte de la clase capitalista en su intento por resemantizar y transformar el proletariado en precariado, mediante la mecanismos que naturalicen la baja en el nivel salarial y la incertidumbre laboral, el desempleo, la flexibilización y la precariedad prolongada en el tiempo.

Y este es uno de los componentes que alimentan este diseño atravesado por la desindustrialización y la deslocalización, robotización, empresas en red y asociación corporativa que por medio de la terciarización fomenta la flexibilización.

Para eso precisan incertidumbre y fragmentación. Por eso, más allá de los Pignarelli y sus blanqueadores, pero también de los que nunca se deciden a articular un plan de lucha, es necesario resistir y reconstruir un imaginario social de clase.

Pero para eso hace falta romper algunos mitos y presuntas verdades sacralizadas por el capitalismo y -sobre todo- no volver a tragar el mismo anzuelo esta vez, porque Elvis murió en Memphis y el “capitalismo bueno” son los padres.