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Jue, Abr
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Política
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 ¿Más pobreza y hambre, concentración y desigualdad? ¡Sí, se puede! Una marca registrada del capitalismo.

Macri, Vidal y Co. siguen con su gira, dicen pavadas y pescan en su propio frasco; mientras Carrió, Bullrich, Pichetto y su patota vomitan con la impudicia que les otorga el final de fiesta. Desde el Gabinete, Stanley y Sica dibujan pompas de jabón y hablan de cloacas y asfalto, en tanto que con el apuro que impone la hora, la banda busca saquear todo lo posible antes de la retirada.

Pero mientras pasa todo esto, en Argentina y sólo durante el último año el índice de pobreza se catapultó de 27,3 a 35,5 por ciento, lo que quiere decir que hay 3.250.000 nuevos pobres y 1.100.000 personas cayeron en la indigencia durante ese período.

Y esto no es todo: el 52,6 por ciento de los pibes menores de catorce años son pobres.

Estos datos corresponden a la medición oficial del Indec realizada antes de la megadevaluación que el Gobierno Cambiemos fomentó tras las Paso.

Al respecto, un trabajo del Centro de Economía Política Argentina (Cepa), que evalúa los efectos de la devaluación de agosto, advierte que el índice ya trepó a 37 por ciento, lo que suma alrededor de 16 millones de personas pobres y tres millones de indigentes.

Así las cosas, a la hora de entregar el Gobierno, Mauricio Macri habrá dejado al cuarenta por ciento de los argentinos en estado de pobreza, cifra que ya se registra en el conurbano bonaerense.

Los datos de pobreza e indigencia que había en diciembre de 2015 eran horribles, los que deja la Presidencia Macri son peores.

 

Desigualdad

 

Pero esto no es todo. El Índice de Coeficiente de Gini continuó ensanchándose: pasó de 0,422 en el segundo trimestre de 2018 a 0,434 en igual período de este año. Por supuesto, todo hace suponer que con la megadevaluación de agosto la brecha va a ser más profunda aún.

Y aquí está otra de las claves para comprender qué pasa en Argentina: la desigualdad sigue creciendo. Siempre en ese período y de acuerdo al Indec, el diez por ciento más rico registró un ingreso promedio 23 veces mayor que el decil más pobre.

Esto corrobora que, más allá de la sanata de campaña, la Presidencia Macri fue exitosa en la tarea de avanzar hacia el “cambio cultural” que vino a producir. Y lo hizo desde una mirada de clase, ideológica y cosmovisional

¿Pero de qué va todo eso? Durante este período se apuntó a destruir al proletariado y conceptualmente, a la lucha de clases. También se exhibió particular eficiencia para una de las tareas principales del capitalismo: transformar en privada y multinacional a la riqueza social construida con la lucha de la clase trabajadora.

Por eso la dolarización de las tarifas y el precio de los alimentos que lleva a la espiralización de la inflación y, por supuesto, al crecimiento del hambre.

¿Pero cómo puede ser que haya hambre en un país que, según la FAO, produce alimentos para satisfacer a diez veces su población?

En este punto, vale recordar que a caballo de la innovación tecnológica liderada por multinacionales como Monsanto, en Argentina creció la producción de commodities que -como la soja- se destinan básicamente a la alimentación de ganado en China, EE.UU. y la UE.

Esto trae dos problemas: se invade la superficie de producción de alimentos de calidad ligada a la agricultura familiar y medianos campesinos, pero también dolariza el precio de la producción por hectárea. Así, cada vez hay más latifundio en manos de corporaciones multinacionales dedicadas a la producción de commodities.

Para morigerar el impacto sobre el precio interno de los alimentos, el Estado intervenía fijando cuotas que debían comercializarse en el mercado local, al tiempo que establecía herramientas fiscales como retenciones a la soja.

Pero con la Presidencia Macri se destruyeron estas herramientas y también las que ejercían control sobre el precio minorista.

Todo, en un país en el que la producción de alimentos está concentrada en seis corporaciones imbricadas con el monopolio de las bocas de expendio mayorista y minorista.

Y esto no es todo. A la dolarización de los precios de la cadena de abasto, se suma la del precio de los combustibles y tarifas producida por decreto presidencial.

Esto es letal para un escenario como el argentino, donde el ochenta por ciento de la logística la llevan a cabo camiones. Así, es imposible que esto no se transfiera a los precios de góndola. Eso empujó la espiralización que lleva a que la Presidencia Macri finalice con una inflación acumulada de  cerca del trescientos por ciento en el caso de los alimentos de la canasta más elemental.

Aquí vale destacar algo más. Según el último relevamiento del Indec, el segundo trimestre del año la mitad de las familias argentinas tenían un ingreso mensual de 28,591 pesos, esto es, por debajo de la canasta básica de alimentos que era de 31.148. En junio, el dólar se vendía a 43,50, tras la devaluación de agosto, está a sesenta pesos.

 

Marx te lo dijo

 

¿Pero de qué habla todo esto? ¿Será acaso la pobreza una construcción política y social imputable a un gobierno?

Es verdad que la Presidencia Macri expresa –como pocas- el carácter criminógeno del capitalismo, pero también que es imposible encontrar en el Gobierno Cambiemos todas las respuestas a la pregunta del párrafo anterior.

Es que a la hora de hablar de pobreza y hambre, es preciso hablar de concentración y desigualdad, esto es, propiedad privada individual y acumulación garantizada y legitimada por el Estado Liberal Burgués que, a fin de cuentas, para eso fue creado.

Esto es, una dinámica de explotación basada en la revalorización del capital, la acumulación y búsqueda de beneficio, en una situación de competitividad y crecimiento de la productividad. Esta dinámica que los teóricos del capitalismo soñaron infinita, encuentra sus límites, tal como advirtió Carlos Marx.

Y esto está pasando aquí y ahora. Por eso es prudente señalar que como esto no es una crisis de las tantas que tuvo, es improbable que el sistema pueda recuperar su equilibrio y reestructurarse a partir de pactos que reacomoden a sectores económicos y fracciones del universo del capital –e incluso del trabajo- para buscar una nueva organización de la hegemonía social.

De los últimos cimbronazos de la Segunda Crisis de Larga Duración Capitalista, la economía mundial salió –entre otras cosas- a costa de sobreendeudamiento que dejó exhaustas a formaciones estatales capitalistas dependientes como Argentina.

Aquí, eso se tradujo en delegación de soberanía económica, política y nacional y, en lo cotidiano, en cosas como pobreza, indigencia y hambre.

Así, en un país en el que la mitad de los pibes son pobres, es obscena la exaltación del individualismo que se expone en los actos  convocados durante estos días por el Gobierno Cambiemos.

Pero esas exhibiciones también dan cuenta de que la lucha de clases existe –y seguirá existiendo- más allá de cualquier pacto o acuerdo.

Porque la racionalidad del capitalismo y el mercado –en cualquiera de sus formas-, es sólo una mirada posible. Hay otras formas de organización de la producción, consumo y de la sociedad, alternativas de las que impone el capital, que mercantiliza todo, pero presenta contradicciones crecientes sobre las que es mejor actuar. Después de todo, los comunistas estamos para ayudar a que ese sistema caiga.