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Vie, Abr
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Política
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El virus ingreso a paso sostenido en los países del capitalismo “normal” (como lo llamaban algunos de sus apologetas) del occidente europeo. Y sorprendió que las supuestas fortalezas para proteger a sus ciudadanos de aquel otrora estado benefactor resultaron muy frágiles. Julio Bulacio, nos introduce en un debate que los medios masivos no abordan.

Tal vez algo parecido habrán sentido muchos ciudadanos europeos al ver avanzar el nazismo sin más resistencia que la de los maquis y partisanos. Aquí el virus invadió, penetró y no hubo trincheras ni casamatas. Tampoco Estado ni política.

Los diarios comenzaron a informar que el sistema de salud estaba devastado, desfinanciado, que los medicamentos – productos de las relocalizaciones de las empresas buscando ganancia – estaban en zonas lejanas, que los laboratorios no realizaban investigaciones en cuestiones preventivas porque eran menos rentables, que el trafico incesante del turismo (ese eje consumista como una de las salidas del 2007/2008) aceleraba la infección, que a los trabajadores (médicos y enfermeros a la vanguardia) se les venía postergando en sus salarios etc etc. En definitiva, que la propia maquinaria burocrática del Estado estaba “achicada” y envejecida para atender ese tipo de problemas ya que su resolución era responsabilidad de cada individuo acorde “a su propia capacidad” (medicina prepagas, escuelas pagas, entre otros). Y nada era desde ayer: todo venía de ese largo proceso de reconversión del sistema capitalista post crisis 68/73 y que en su momento se denominó posfodismo.

Así, en medio de cadáveres insepultos, se volvió a hablar de manera sostenida de la tercera dimensión de derechos - llamados sociales - que debía garantizar el Estado.

En definitiva había reaparecido en los debates, como ante cada crisis del sistema (América Latina, luego de los noventa, Europa y EEUU pos 2007/2008, por citar las más cercanas y familiares) Don John Maynard Keynes, quien quedó reducido a algo parecido a la conciencia culposa del buen samaritano capitalista. Eso lo digo hoy pero el Kenesianismo fue un ambicioso proyecto que existió como realidad, como conciencia y fue exitoso. Me animo a decir que tal vez fue el proyecto más ambicioso de la burguesía concentrada para integrar a los obreros a los beneficios del consumo a cambio que ellos elijan al Orden Burgués como su máximo ideal de libertad. Críticamente diríamos que ayer la propuesta era aceptar canjear la monotonía aniquiladora de la línea de montaje por una vida confortable después del trabajo. (Holloway).. La muerte de la alienación durante el día contra la vida del consumo durante la noche y el fin de semana. Hoy los face, wa, netflix y las redes nos acompañan incluso durante el viaje al yugo y nos “hacen felices” sin necesidad de esperar tanto.

Efectivamente en aquella posguerra surgieron indicadores sociales y políticos que permitían pensar que la humanidad avanzaba. Nunca la humanidad creció tanto como en aquellos años. Fue aquello lo que Hobsbawm denominó “los treinta años gloriosos” del capitalismo y que para muchos hasta hoy sigue siendo la evidencia de que “otro capitalismo es posible”. Es cierto que también Josue de Castro escribía Geografía del hambre y Geopolítica del hambre y las imágenes de Biafra y África en pleno proceso de descolonización recorrían el mundo. Pero la desigualdad era un problema, no un acto de justicia meritocrática.
Aquí intentaremos pensar cuales fueron las condiciones de posibilidad para que el Keynesianismo se transformase en una muy buena alternativa para las propias clases dominantes de aquel momento histórico: la pos segunda guerra mundial en el occidente capitalista

La Pos Segunda Guerra Mundial: el Keynesianismo deja de ser la heterodoxia para ser la nueva ortodoxia del pensamiento económico

En realidad uno asocia la imagen de Keynes a un capitalismo con “preocupación social”, con la intención de crear una sociedad capitalista justa. Y no es correcto limitarlo a una teoría económica ya que fue una determinada forma de concebir las relaciones entre el capital y el trabajo, como eje de una política.

Sorprende es que su “puesta en práctica” estratégica fue en la post segunda guerra mundial y que sin embargo los temas por donde transitó el keynesianismo ya estaban presentes en los años 20 luego de finalizada la primera guerra mundial: primero, en el orden internacional post Pacto de Versalles (1919) los “progresistas” – entre ellos Keynes - plantearon la necesidad de integrar a lo que iba a ser la URSS y no tomar revancha contra Alemania. Postularon un papel más activo del estado en la economía para, primero frenar el avance del comunismo, segundo para evitar las crisis cíclicas manipulando la demanda (“poner dinero en manos de los consumidores cuando los negocios fallan y menos cuando la inflación va en aumento”) y tercero lograr una mayor eficacia económica llegando a sostener que las áreas económicas confiscadas durante la guerra no debían ser devuelta, así como el control estatal de ciertas industrias básicas para el bienestar general etc.

Ahora ¿por qué las ideas keynesianas que aparecen en los años 20 y tienen un primer ensayo con Ford y el New Deal, recién lograr imponerse en la segunda posguerra? Es decir, ¿cómo fue que el keynesianismo, que era una idea heterodoxa en los años 20 se pudo transformar en la nueva ortodoxia económica en la segunda posguerra? Qué cosas hicieron que en ese momento el capital y la propia burguesía se den una estrategia diferente. En definitiva la política del estado de bienestar era de alguna manera la vieja línea política de los partidos socialdemócratas europeos y en ese momento era adoptada hasta por los propios sectores liberal - conservadores….
Podríamos enumerar cuatro cuestiones: primero la organización obrera, el segundo, avance del campo socialista, tercero el balance político del significado de las crisis cíclicas y finalmente las excepcionales condiciones de acumulación.

El primer gran problema que enfrentaba la burguesía eran las acciones organizadas de los trabajadores a través de sus Sindicatos, y la única respuesta que estaba dando el capital era represiva e igual la fuerza de los trabajadores lograba a veces imponer su voluntad. La respuesta keynesiana – y que es su piedra angular – era integrar a los obreros a los beneficios del consumo capitalista a cambio de que “voten por el capitalismo” y para eso jugaba un papel no solo el Estado sino los Sindicatos tanto en la esfera paritaria como en la política. Por eso el reconocimiento de los sindicatos era el núcleo del estado de Bienestar keynesiano. Era necesario integrar, controlar y encontrar nuevos mecanismo para que funcione la venta de la
fuerza del trabajo. Y esa política hacia los sindicatos encerró un proceso complejo de integración /exclusión, de conformismo/ rebelión.

Por un lado integraba a los sindicatos a una política corporativa de defensa salarial y de convenio, dentro de la lógica del orden capitalista por el otro fortalecía a esos sindicatos masivos y fuertes a la hora de negociar. Porque a la organización científica del trabajo impuesta por Tylor y la cadena de montaje fordista correspondió la producción masiva, el “obrero masa” y sindicatos poderosos.

El segundo gran peligro inmediato que sentía la burguesía en ese mundo de posguerra era la existencia del campo socialista, independientemente del pacto de Yalta, significaba para ellos la existencia de un bloque que se constituye en la posguerra y que en primer lugar expresaba la posibilidad de la revolución social, de un orden alternativo al capitalismo, en segundo pone en la agenda el tema social, y la burguesía tiene que responder si el capitalismo está dispuesto a resolver los problemas de salud, educación, vivienda, seguridad social. Al mismo tiempo, dentro de los países capitalistas centrales las izquierdas en general y los partidos comunistas en particular se habían fortalecido y eran un punto de referencia y presión que preocupaba a la burguesía. De la misma manera Japón – atemorizada por la revolución China de 1949 - impulsará pocos años después una reforma agraria y una política social.

El tercer aspecto fue el intento de resolver las crisis cíclicas. Por un lado la burguesía había aprendido que la dinámica del mercado no genera en si misma empleos pero sí que esa dinámica de mercado produce crisis cíclicas de sobreproducción y subconsumo, cuya capacidad de devastación aumenta cada vez más.

El capitalismo toma conciencia que debe evitar esas crisis no tanto por la destrucción de riquezas o por la crisis social sino porque esas crisis son un particular momento de toma de conciencia sobre las características “irracionales del capitalismo” mismo.

Y más allá de las lecturas benévolas de quienes hablan de crisis de crecimiento, del papel "saneador" de la crisis lo real es que después de esas grandes sacudidas la mayoría de la población vive peor aunque se reestablezca el equilibrio y el capital vuelva primero a concentrarse y luego reproducirse….
El cuarto punto fueron las excepcionales condiciones de acumulación las que posibilitaron esos “años felices” y dieron origen al mito que el estado de bienestar era una conquista irreversible y que ese era el “capitalismo normal”.

Por un lado el fascismo, la recesión y la guerra significaron avances en el terreno administrativo empresarial e innovaciones tecnológicas que aumentaron la tasa de plusvalor. Por el otro, en la misma lógica, la devaluación, la destrucción de capital constante por medio de la guerra y la fuerte concentración de capital promovida por los gobiernos posibilitó esa gran acumulación de capital. Esta concentración de capital implicó la aparición o consolidación de un actor clave de este ciclo de acumulación de capital: las empresas multinacionales. Para observar su magnitud valga como ejemplo un informe de las Naciones Unidas posterior a la época que estamos describiendo - del año 1989 -, consignaba que de las 692 trasnacionales con más de 46.000 filiales en el exterior, registraron ventas anuales, en conjunto equivalentes entre una quinta y tercera parte del total del valor agregado industrial y agrícola del mundo.
De las 692 corporaciones, la mitad de las ventas, le corresponden a 74 empresas trasnacionales.

Es decir, el capitalismo tuvo que pasar por la primera guerra, el fascismo, el crac y la depresión, el nazismo y la guerra… algo así como 31 años de guerra y muerte para lo que serian sus “treinta años dorados”….

Finalmente para que ese proceso se transformase en estructural se conjugó una nueva relación entre el estado y la economía. Las experiencias exitosas tanto del New Deal como del fascista así lo indicaban. (Si, no olvidemos que el fascismo fue también alta intervención del estado en la economía dentro del orden social capitalista). La nueva ortodoxia establecía ahora que el estado debía asumir responsabilidades por la economía interviniendo en donde fallara el mercado, para estimular la producción y mantener el pleno empleo. De alguna manera el estado logra una nueva integración en el circuito del capital como garante pleno de la reproducción del capital.

Precisemos, como definición conceptual el estado siempre mantiene una relación asimétirca con la sociedad civil porque cuenta con un recurso extraordinario: el monopolio legal de la fuerza. Y ese estado con ese monopolio represivo es el garante de la relación social capitalista y del modelo de acumulación. O´Donell decía en un viejo texto:

"...el Estado no respalda directamente al capitalista (ni como sujeto concreto ni como clase) sino a la relación social que lo hace tal. (...) El Estado es el garante del trabajador asalariado en tanto clase, no sólo de la burguesía. Esto entraña que en ciertas instancias el Estado sea protector de la primera frente a la segunda. Pero no como árbitro neutral, sino para reponerla como clase subordinada que debe vender fuerza de trabajo y, por lo tanto, reproducir la relación social de la que el Estado garante."

La particularidad del estado capitalista en esa etapa es que logra aparecer como un tercer sujeto neutral, “de todes” y que así ocultar la relación de dominación. Ese ocultamiento del estado como espacio de “unidad de las clases dominantes” es muy claro durante el estado de bienestar, incluso su aparato represivo para actuar “en última instancia” en caso que ese dominio se cuestione.

La crisis política que expresó 1968 y la económica de 1973 marcarían el inicio del fin de esos “gloriosos años” en donde existió un capitalismo con “rosto humano”.

La gloria duró poco… el sistema, no

La crisis del COVID 19 mostró descarnadamente que aquel Estado Benefactor fue arrasado por esa propia burguesía una vez que cayó el Muro de Berlin y la URSS. Es cierto sin pena, sin
gloria, sin héroes… discepolianamente podriamos decir “se entregó sin luchar”. Pero eso expresaba – de alguna manera - la existencia y la esperanza de una alternativa al capitalismo
para millones de seres humanos, los más, los desposeídos. Y en ese clima de desmoralización la burguesía victoriosa movió de nuevo el péndulo: Friederic Von Hayek que había escrito sus obras en los años 40 postulando los principios del neoliberalismo reaparecía glorioso en los ochenta de la mano de la misma burguesía. Y en ese momento fueron los socialdemócratas reformistas quienes abrazaron el ideario liberal conservador para “salvar al Orden, al capitalismo en crisis”.

Hoy, cuando el sistema nos muestra su irracionalidad y su putrefacción, surgen nuevas voces que nos anuncian: volveremos a ser “todos keynesianos”. La pregunta es si la vuelta no será como ideología, en el sentido de “falsa conciencia”. Ningún indicador de los que le dieron origen sigue vigente. Habrá poskeynesianismo?

Aquella putrefacción venía siendo avisorada por el resurgir de fuerzas posfascistas en Europa, racistas pero aggiornadas a este nuevo contexto y con un discurso antiliberal: reclamando un papel del estado nación como garante de la seguridad de sus ciudadanos connacionales. En EEUU Trump. En Brasil, por ahora, Bolsonaro y las respuestas protofascistas de Duque en Colombia o Piñeira en Chile por citar lo más evidente.

El otro gran actor y potencia mundial, China “comunista” en 1978 inauguró su “socialismo de mercado”, demasiado parecido en algunos aspectos a lo que otrora se llamaba capitalismo monopolista de Estado que también tuvo capacidad de ejercer la planificación alrededor del complejo industrial militar.… Putin, en Rusia parece querer remontarse a la herencia de la Gran Rusia Blanca, (sin excluir a Stalin, el “papasito” de la Gran Guerra Patria, nacional) con recursos en petróleo, industria pesada y sobre todo poderío militar. Tácticamente es posible que estas naciones estén jugando un papel “positivo” limitando la barbarie norteamericana, como también lo pueden hacer Irán o India. Pero es eso, no expresan objetiva ni subjetivamente expectativas de otro orden social emancipado.

En América Latina, los proyectos “progresistas” no lograron o no quisieron realizar transformaciones estructurales y sus representaciones políticas mutaron en maquinarias electorales “atrapa todo” en lugar que de espacios para construir “poder popular”, carentes de programas con perspectivas emancipadoras y hasta en algunos casos con dirigentes sospechados de haber aceptado ser parte de la corrupción estructural de los estados periféricos. La agudización de los problemas no resueltos en aquella primavera extractivo exportadora, profundizados con el regreso de partidos de derecha al gobierno hoy se observan con claridad meridiana.

Y en medio de ese proceso decadente, de descomposición lentamente se van reacomodando viejos actores que aparecen por fuera del fracaso: los militares, las iglesias…

La crisis del COVID 19 ¿podrá atemorizar a la burguesía tanto como para necesitar transformarse a sí misma, ceder algo, hacer algunas concesiones para poder relegitimarse en el poder? ¿La crisis económica – que todos anuncian como más profunda que la del año 30 - y la disputa geopolítico y militar les dará tiempo para ello?

Hoy el capital dominante no es el industrial sino el financiero, liderados por las GAFAM (Apple, Amazon, Google, Microsoft y Facebook ), junto a químicas y farmaceúticas. La deuda global respecto al PBI ha alcanzado un extraordinario 332 por ciento, un paquete de obligaciones que ronda los 235 billones de dólares. Paralelamente es cierto que las crisis siguen siendo un momento de “toma de conciencia” frente a la pudredumbre del Orden: la desigualdad mundial y social no dejó de crecer hasta extremos impensables desde la caída del muro. El proyecto de un nuevo orden regido por el mercado fracasa y la relación entre representantes y representados se agrieta.

Sin embargo confieso me resulta entre ingenuo y ahistórico un remember Keynesiano, un supuesto retorno a un Estado Benefactor, la vuelta al capitalismo normal. “Nunca vuelve aquello que se pierde” cantaba Serrat. Es cierto que el sistema intentará generar una alternativa a esta crisis. Algunos – como Brower, aquel Secretario General del PC de EEUU – creían que finalizada la segunda guerra los dos sistemas se hermanarían alrededor de las posibilidades que otorgaba la revolución científico tecnológica junto a la batalla librada contra el nazifascismo. No ocurrió eso. No creo ocurra eso. La lucha de clases y hasta la guerra tal vez adquiera formas más descarnadas: inteligencia artificial, sistemas de control muy sofisticados que irrumpieron exitosos en China o Corea del sur.

La fragilidad que mostro el sistema generó miedo, inseguridad. Pero no está escrito que la respuesta sea la solidaridad, la hermandad de la especie: “nos salvamos juntos o no se salva nadie”… surgen slogans de humanitarismo ingenuo (¿?). Precisemos y decantemos esa alternativa: Armando Tejada Gómez era comunista, el todos no incluía a los dueños del capital. La otra también en agenda es la del egoísmo e individualismo más bestial, de un nazionalismo de corte sectario, clasista y racista: de comunidad nazional.

Las masas están en movimiento y resensibilizadas por la crisis: viejos sueños de igualdad, de derechos que se mostraron postergados (de clase, de género, de medio ambiente etc), valores con los que fueron (o pretendieron ser) educadas quedaron vaciados de sentido. Por ahora irrumpen como multitudes (Tony Negri dixit), no se expresan como alternativas emancipadoras articuladas: como masa. ¿Será suficiente para atemorizar a la burguesía? Ella está débil y desconcertada: el rey está desnudo.

Pensar revoluciones en tiempos no revolucionarios proponía Enzo Traverso en un hermoso libro de nombre sugerente: “Melancolía de la izquierda”. ¿Qué abre y qué cierra esta crisis mundial que comenzó con el COVID 19 y avanzará a la económica exigiendo “sacrificios” (a los de siempre)? Qui le sait. Pero nada será igual. La lucha de clases reaparecerá en su esplendor. El concepto “correlación de fuerzas” retornará a los libros y a la calle. Parafraseo a Serrat: No seremos solo nosotros quienes sabremos que Carlos Marx no está muerto ni enterrado. Se reabrío la partida.