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Política
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El Fondo publica informes y previsiones “pesimistas” sobre la economía Argentina. Un nuevo documento en el que pronostica una triple caída: del PBI, de la inversión y el consumo

En las últimas semanas y antes de las elecciones primarias, abiertas y obligatorias, el FMI acrecienta su presencia en el escenario nacional.

Si por un lado la parte política sigue inyectando dólares del crédito Stand By para que el gobierno pueda mantener “en calma” el mercado de cambio hasta la contienda electoral, la parte técnica contradice el optimismo que el gobierno quiere transmitir respecto a la situación económica y el futuro inmediato.

Para este año, el fondo anticipa una caída del PBI, la inversión y el consumo, mientras que recorta las expectativas de crecimiento para el próximo. En 2020 Argentina necesitaría 39 mil millones de dólares para satisfacer sus “necesidades financieras” pero sin desembolsos significativos del préstamo.

Según el informe del FMI Argentina tendrá este año una de las recesiones más profundas del mundo. La caída estimada del PBI se espera que sea del 1,3 por ciento. En consecuencia, la inversión se desmoronará un 17,5 y el consumo, motor de un mercado interno fundido, bajará un 4,8.

La semana pasada el Fondo había publicado otro informe elaborado por la misión que encabeza en el país Roberto Cardarelli que también resultó un golpe para el Ejecutivo.

Rendido ante las evidencias de la situación económica de la Argentina, el FMI se vio obligado a aumentar el pronóstico de inflación para el 2019 (de 30,5 a 40,2), recortó la previsión de crecimiento para el año próximo, advirtió sobre la volatilidad “financiera” del país y reconoció que a partir del año que viene será más difícil avanzar en el programa debido a la falta de consenso para impulsar las tres reformas que contempla: la laboral, la previsional y la impositiva.

A ello hay que sumarle que el país deberá conseguir 39 mil millones de dólares para afrontar vencimientos de deuda, pero sin desembolsos del FMI.

No es casualidad que la caída del PBI y la inversión esté acompañada por una merma, importante, del consumo. No hay que ser keynesiano para entender que el consumo es el motor del mercado interno y, por ende, una de las turbinas fundamentales de la economía.

El consumo genera demanda, la demanda impulsa la producción y está la inversión. Y no al revés. Por eso cuando el gobierno anuncia la recuperación siempre postergada de la economía, cabría preguntarse ¿cómo y en base a qué?

No hay datos para pensar que eso suceda. Un informe reciente del Indec confirmó un nuevo mes de desplome en el consumo, el onceavo consecutivo. Por ejemplo, las ventas en supermercados y en shoppings volvieron a caer en mayo. En supermercados, la caída fue del 3,5 por ciento interanual, mientras que en los shoppings fue de casi veinte puntos. En tanto, según la consultora FocusMarket, teniendo en cuenta el primer semestre de 2019, el consumo masivo en supermercados se desplomó un 10,6 por ciento en el primer semestre.

La gravedad del escenario es total cuando la merma del consumo es concomitante con el aumento de precios. A pesar de la profunda recesión en la que se encuentra inmersa la economía, el gobierno nacional no puede detener el ritmo inflacionario.

Si tenemos en cuenta que la economía está en retracción, los aumentos son siderales. En junio, los precios de los alimentos de la canasta básica subieron un 60,8 por ciento interanual. La carestía de la vida golpea a los más pobres. Y también a los más débiles.

Así se desprende de un informe de la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav) que reveló que un jubilado debió destinar el 87,5 por ciento de su ingreso a la canasta básica y un trabajador el 80,6.

El documento, también confirma algo que los bolsillos de los sectores populares conocen con certeza: la suba de los alimentos es mucho más alta que la inflación promedio. Así las cosas, sobre una inflación base de casi cincuenta puntos, en el último año los incrementos en leche, lácteos y huevos fue un 30,2 por ciento mayor; en aceites, grasas y mantecas 21,5; en café, té, yerba y cacao 17,3; y en carnes y derivados 5,6.

 

Todo tiene un por qué

 

La debacle tiene historia reciente. Vayamos por partes. Desde el 2016 a esta parte la economía nacional a partir de la interrelación de múltiples factores ingreso en una crisis que cada vez es más profunda.

La crisis se explica por las medidas económicas del gobierno que están orientadas por un programa de ajuste, entrega y represión que destruyó el mercado interno, las economías regionales, la industria nacional, aumentó la pobreza y la indigencia.

Como señalamos en una infinidad de artículos publicados en este diario y tal como demuestran las notas en las que damos cuenta de la profunda crisis social que encuentra a los comunistas en la primera línea de resistencia, la economía ingreso en una espiral descendente en el que cada uno de los factores empeora el producto.

A partir de la eliminación del “cepo” cambiario, la posterior mega devaluación, la apertura indiscriminada de importaciones, la liberalización del precio de los combustibles, la desregulación del sistema financiero y la dolarización de las tarifas de servicios públicos, combinado con una pérdida del poder adquisitivo del salario promovida por la política del macrismo de paritarias a la baja, los pilares de la economía nacional se derrumbaron.

Por eso, salvo a desprevenidos, ahora no sorprenden los informes del Fondo que confirman que la situación económico-social es más delicada de lo que, incluso, denuncia la oposición.

El desembarco del Fondo fue la última parada, obligada, del gobierno para poder llegar con chances a las elecciones de este año tras perder muy rápidamente el acceso al crédito internacional tras unos primeros años de endeudamiento masivo furibundo.

Argentina se había convertido en la plaza financiera más atractiva del mundo “en desarrollo” gracias a una política de alta tasa de interés que llegó a superar los setenta puntos.

Por eso, la tan mentada “lluvia de inversiones” no fue más que una ilusión que derivó en su contrario: la fuga de capitales más intensa y grande de la que se tenga registro en lo que va del siglo 21 en Argentina.

Agobiado por la falta de acceso al crédito internacional y ante la posibilidad certera de entrar en default con los acreedores mundiales, Macri pidió “ayuda” a Trump y así se empezó a gestar el préstamo más importante otorgado por el Fondo a un país en toda su historia.

Lejos de ruborizarse por la situación, Macri se refiere al préstamo como un logro de su gestión y de la “confianza” que su gobierno genera en el mundo.

Empero, en la realidad concreta donde manda el contante y sonante y la única patria que se defiende es la del interés privado, la confianza dista mucho de ser un atributo que pueda esgrimir el gobierno.

Los informes que viene publicando el Fondo durante el último año, es una prueba cabal de esto, más aún teniendo en cuenta que se trata del aliado más importante y el factor casi excluyente que lo mantiene con posibilidades electorales a pesar de la debacle económica.