Política
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Parche sobre parche, el Gobierno Cambiemos va a los tumbos rumbo a su horizonte final ¿Mala praxis o cuestión de clase? ¿Mutación hacia un pacto social en la etapa de desarrollo capitalista en la Argentina pos-Cambiemos? ¿Será mejor atender la tarea de reorganización de la lucha de clases?

Por medio de un DNU que lleva la firma de todo el gabinete, Mauricio Macri estableció un cepo que limita la venta de dólares y avanza en controles de capitales.

La medida fue adoptada después de que una de las principales respuestas a los anuncios del ministro Hernán Lacunza, fuera la profundización de la pérdida de reservas que, sólo entre el jueves y el viernes de la semana pasada, se elevó a algo así como tres mil millones de dólares.

Aquí vale señalar que, aunque desde hace un tiempo no se suministra información oficial al respecto, trascendió que de la caída del viernes, un cuarenta por ciento corresponde a lo que usó el Banco Central para intentar frenar el precio del dólar y un porcentaje similar al pago de Letes, mientras que el resto serían divisas que se fugaron en concepto de transferencias al exterior.

Por eso, entre los principales puntos del DNU, figura el bloqueo a la remisión de utilidades y dividendos de empresas, al tiempo que se obliga a liquidar los dólares de las exportaciones en plazos de hasta cinco días hábiles o 180 días después del embarque.

Otra de las respuestas al default selectivo reconocido la semana pasada por el Gobierno Cambiemos, es la restricción a la adquisición de divisas para atesoramiento –a personas humanas- hasta diez mil dólares mensuales.

Como se explicó varias veces en NP, crecía el peligro de que la crisis financiera y cambiaria se transformara en corrida bancaria. A intentar paliar esta situación apunta el DNU, pero el peligro sigue latente.

Por eso se estableció el control a la compra de dólares por parte de grandes empresas, en tanto que las que quedaron dentro de la reestructuración unilateral de letras de corto plazo (Letes, Lecer, Lecaps y Lelinks), tendrán alternativas para reestructurar esos papeles. Podrán utilizar deuda defaulteada para el pago de deudas pendientes con el sistema de la seguridad social.

El decreto también aclara que no se fija restricción para la extracción de dólares y pesos de las cuentas bancarias y, anticipando que se puede seguir incrementando la cantidad de personas que retiren sus ahorros, dispuso que durante este mes, se amplíe el horario de atención bancaria de 10 a 17 horas.

Queda claro que llega tarde este paquete de medidas que, aplicadas a tiempo, pudo tener algún efecto correctivo. Pero también es evidente que, así como está, tiende fundamentalmente a proteger la capacidad de maniobra de los grandes jugadores, mientras que en la contracara de la moneda, quedan los ahorristas particulares.

Es que el DNU de ayer domingo es consecuencia de una estrategia clara que comenzó con la llegada del Gobierno Cambiemos que, deliberadamente, decidió sustentar su proceso de “cambio cultural”, con una terrible toma de deuda pública que rápidamente volvió a llevar a Argentina al FMI.

Al primer trimestre de este año, esta deuda ascendía al 88,5 por ciento del PBI. Y sigue creciendo.

De este modo, profundizó la restricción externa de divisas, que quizás sea la principal de las que presenta la estructura del país (Ver Transición a tránsito lento).

Y lo hizo con medidas que rápidamente fueron desencadenando un efecto dominó que todavía no termina.

La desregulación absoluta de la compra de divisas y apertura del sistema financiero, fomentó la formación de activos externos y, con ello, fuga de capitales que se incrementó a raíz de la ausencia de control sobre la remisión de utilidades y la demanda por turismo.

Asimismo, destruyó la regulación que regía sobre el sector agroexportador, eliminando de esta manera la principal fuente de generación genuina de divisas que tiene el país.

Y esto no es todo. Cuando levantó las barreras al ingreso de capitales golondrina, favoreció el carry trade que también se vio beneficiado por la eliminación de la fórmula que establecía un piso a la tasa de interés para los ahorristas y un techo a la que se cobra para quien toma crédito.

En esta línea, la tasa se catapultó como táctica para intentar –sin éxito-contener a la inflación, hasta llegar a perforar el techo del ochenta por ciento anual en el caso de las Leliq, papel con el que reemplazo a las Lebac cuando se volvieron impagables.

Con estas tasas de referencia, el sector pyme perdió capacidad de acceso al crédito, pero también se erosionó la cadena pagos.

 

Iceberg

 

Queda claro que la transferencia regresiva de riqueza que provocó todo esto, tiene a la clase que representa el gobierno y a los propios integrantes del Staff Cambiemos, entre los principales ganadores.

Pero también es cierto que cuando el ejecutivo hablaba de “cambio cultural”, lo hacía en serio. Quizás haya que comprender esto, para advertir por qué el Gobierno Cambiemos no vio venir el iceberg con el que finalmente chocó.

Es que lejos de comerse su propio relato, lo que hizo estuvo –y está- guiado por una mirada profundamente ideológica y cosmovisional. Por eso, a la hora de la toma de decisiones clave, el pragmatismo pesó mucho menos que la identidad de clase.

Pero el Gobierno Cambiemos dejó su marca en esto de intentar avanzar en el “cambio cultural” que tanto pregona.

Que el precariado sea hoy una alternativa naturalizada socialmente, da cuenta de ello. Y, a su vez, significa un dato peligroso, ya que esto deja de cara al futuro período presidencial, la puerta abierta a la discusión de modificaciones regresivas en las normas que rigen la relación entre los universos del capital y el trabajo.

Mientras el gobierno sigue ocupado por blindar a sus socios de clase, cerró unilateralmente el Consejo del Salario Mínimo Vital y Móvil (Smvm), con una recomposición del 35 por ciento pagadero en tres cuotas.

Hoy la inflación anualizada está –al menos- veinte puntos por encima de eso y nadie puede asegurar hasta cuánto habrá trepado en diciembre, cuando el Smvm alcance los 16.500 pesos.

 

Ocaso

 

Es evidente que aunque el gobierno pierda, sus cuatro años en La Rosada significan un avance importante de la clase capitalista que, además, deja huellas difíciles de borrar ya que –entre otras cosas- logró que se internalicen socialmente conceptos y prácticas que costará mucho desarmar.

Es que a la hora de las definiciones, se puede aseverar que la Presidencia Macri fue el período en el que -como pocas veces antes- se tuvo en la mira al proletariado y conceptualmente, a la lucha de clases.

Y también exhibió una particular eficiencia para llevar a cabo una de las tareas principales del capitalismo: transformar en privada y multinacional a la riqueza social construida con años de lucha de la clase trabajadora.

Lo que sucede en las postrimerías del Gobierno Cambiemos, tiene motivos concretos que NP explicó en este y otros artículos.

Pero por sobre todos ellos, no se puede comprender de qué va todo esto, sin tener en cuenta la fase de convulsiones, incertidumbre y profunda inestabilidad del sistema, que caracteriza al momento actual de la Segunda Crisis de Larga Duración Capitalista, que afecta con más crudeza a formaciones estatales capitalistas de segundo orden como Argentina.

Es justamente el caso de nuestro país, donde está en pleno desarrollo un proceso de convulsión producido –entre otras cosas- por la aplicación de un modelo de extrema financierización. Por eso, Argentina es un lugar óptimo para preguntarse cuál será la mutación que intentará el capitalismo esta vez.

Porque aunque el sistema está en crisis, sigue exhibiendo capacidad a la hora de gestionar los procesos productivos y establecer mecanismos de mediación social capaces de galvanizar la relación de poder de clase; así como dinámicas de integración o exclusión social y formas de fidelizar a los trabajadores al orden social para favorecer la apropiación del plusvalor.

Pero todo esto también da cuenta de la persistencia del antagonismo insalvable entre la clase trabajadora y capital. Y, asimismo, del estado de zozobra que presenta el pacto social reformista de tipo keynesiano, que –con idas y vueltas- se afianzó durante la segunda mitad del siglo 20.

Entonces, si la extensión y la forma de la explotación, está necesariamente vinculada a las formas de acumulación del capital ¿será posible una recomposición de ese pacto social, cuando con lo que pudo avanzar de su “cambio cultural” el Gobierno Cambiemos, modificó drásticamente buena parte de la relación entre los universos de capital y trabajo?

La pregunta está abierta. Pero lo que está más claro es que, así como existe una relación directa entre forma de acumulación y de explotación; la lucha de clase se produce en relación a la propia explotación.

Por eso siempre está –al menos- en forma latente. Y también por eso es que atender la tarea que implica la reorganización de la lucha de clases, es más importante que el posible pacto hacia el que pueda mutar el momento del desarrollo capitalista en la Argentina pos-Cambiemos.

Y es en esta tarea, en la que es primordial volver a hablar y actuar sobre lo evidente, porque es en momentos como este cuando los elementos de la explotación se vuelven más claros, ya que adquieren un carácter epidérmico que facilita la interpelación de niveles de consciencia más profundos.

La razón de ser primordial del Estado Liberal Burgués, es resolver los problemas que –como la desigualdad y explotación- trae aparejada la acumulación, para legitimarla ante la sociedad.

A escala internacional ese rol lo cubren diferentes instituciones globales creadas para resolver conflictos intercapitalistas, para los que no alcanza con el Estado.

Significativamente, tal como lo señala su carta fundacional de 1944, el FMI tiene como meta que el sistema financiero global se mantenga en equilibrio estable.

Es que, desde hace cerca de cuatro siglos, el capitalismo comenzó a manifestarse como una economía-mundo y, desde ahí, economía y política reflejan las necesidades de acumulación de la clase capitalista. Por lo tanto, son la misma cosa, pero a su vez son escenario de tensiones internas.

“La principal responsabilidad del gobierno es proteger a la minoría de los opulentos frente a la mayoría”, porque el sistema constitucional –según quien dijo esto- debe construirse para que asegurar “los intereses permanentes del país como el derecho de propiedad”.

La frase es de James Madison, el cuarto presidente de EE.UU. y uno de los que diseñaron la Constitución de ese país que es, en esencia, inspiración de gran parte de las cartas magnas de la región, incluida la Argentina.

Va quedando claro, entonces, de qué va todo esto que está pasando –aquí y ahora- en nuestro país. Pero también la correlación insalvable entre lo local y lo global, lo pasado y el presente.

Porque el capitalismo jamás puede ser justo, ya que en su ADN está la explotación de unas personas por otras personas: seis mil millones de seres humanos a los que se les arranca la posibilidad de vivir decentemente, son una muestra elocuente de esto.

Por eso, el capitalismo precisa mantener la fantasía de que funciona como sistema capaz de poder ofrecer algo bueno a la población mundial.

Así, un sistema desestabilizante, es también obsesivo con la búsqueda de estabilidad. Y, para ello, el Estado Liberal Burgués es una herramienta eficiente a la hora de garantizar la acumulación de la riqueza en manos de la clase propietaria y legitimar esto por medio de elecciones “democráticas”.

Por eso, nadie puede sorprenderse por lo que pasa en estos días, ni siquiera por el patético final que tiene el Gobierno Cambiemos.

Plantear que a la Presidencia Macri se la comió su propia “mala praxis”, es aceptar que la conciliación de clases es posible y que la resolución de los problemas pasa por la capacidad de tal o cual gobierno de emprender una gestión virtuosa de la administración del Estado Liberal Burgués.

Desde esa mirada reformista, el Gobierno Cambiemos habría perpetrado una “estafa electoral” que, ahora, se subsanaría por medio de los mecanismos que dispone la propia dinámica liberal burguesa.

Pero lejos de esa mirada hollywoodense, lo de estos días exhibe con crudeza que la crisis es un fenómeno necesario y recurrente, inherente a la propia dinámica del capitalismo, ya que surge de las contradicciones del propio proceso de acumulación capitalista. Es decir, que se explica por los propios fundamentos del capital.

Así, queda claro que lo que puede parecer irracional en el instinto depredador del Gobierno Cambiemos, en realidad es algo que responde a otro tipo de variables, mucho más predecibles y sistémicas.

Es que, fronteras adentro del capitalismo, los gobernantes de países no suelen ser otra cosa que cuadros intermedios al servicio del capital. Ninguno es imprescindible.

Por eso, la Presidencia Macri dejó de ser una herramienta eficiente para esos objetivos y, desde el 11 de agosto, comenzó a precipitarse el efecto dominó que todavía es difícil advertir donde terminará.