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Política
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Mario Alderete es secretario Sindical del Partido Comunista y en esta columna opina sobre el papel de la izquierda y algunas aseveraciones que se escucharon durante el Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico que tuvo lugar recientemente en Buenos Aires.

Una de las principales características de las fuerzas que componen el llamado “mercado internacional” es que tratan  permanentemente de  deformar, destruir o influenciar las instituciones sociales, se obstinan en crear  un sentido común desfigurado y  forjar una cultura popular que gire alrededor del consumismo, de la competencia y del individualismo.

Esta corriente profunda y oscura es alimentada, en nuestros días, por las redes sociales y atrás de ellas hay una estrategia muy bien pensada y de largo aliento. Recordemos  una frase atribuida a Margaret Thatcher, primera ministra británica allá por los lejanos años 80: “la economía es el método, pero el objetivo es cambiar el alma”.

La ola de conservadurismo retrógrado y agresivo, que rápidamente trata de  apoderarse de América Latina, no es exclusiva de las clases dominantes que regresan revanchistas después de un quinquenio de confinamiento en la arena política.

Por lo tanto, resulta decisivo e insoslayable que la izquierda, la centroizquierda y el progresismo en sus diversas variantes (hoy tomados como sinónimos) enfrenten  el desafío de superar esta crisis y el correspondiente avance de la derecha con una fuerte dosis de unidad y de realismo político que permita superar el convencimiento errado que muchos sectores tienen acerca de que aún es posible la convivencia entre la democracia y el actual capitalismo concentrado y financiero.

Se trata de una batalla desigual y cruenta que, por el momento, tiene un claro ganador.

La izquierda y el progresismo tienen la obligación de forjar fórmulas para volver a poner en el centro el problema de la desigualdad social, la pobreza, la desocupación, la previsión social, la educación, la salud pública, etc., que han erosionado duramente las pretensiones más básicas de la democracia.

Se deben dejar de lado las caracterizaciones fáciles, como así también la subestimación del enemigo y las respuestas estériles.

Durante mucho tiempo se ha visto a las ultraderechas como minorías intensas sin capacidad de hegemonía; esto no solo se ha revertido parcialmente, sino que además ha dejado en evidencia que el regreso de las mismas a la dirección del Estado constituyó un momento de profundización de crisis social, política y económica y de destrucción y entrega de la soberanía nacional a las grandes corporaciones financieras bajo la tutela y las disposiciones del FMI.

En ese  sentido, el sociólogo argentino Atilio Borón nos advierte en su artículo “Sobre mercados y utopías: la victoria ideológico-cultural del neoliberalismo” que: “si se observa la experiencia de los países ‘reformados’ según los preceptos del Consenso de Washington, se advierte que el triunfo del neoliberalismo ha sido más ideológico y cultural que económico”, lo que se asentaría, entre otras causas, en “la creación de un ‘sentido común’ neoliberal, de una nueva sensibilidad y de una nueva mentalidad que han penetrado muy profundamente en el suelo de las creencias populares, que no ha sido obra del azar sino el resultado de un proyecto tendiente a ‘manufacturar un consenso’ y para lo cual se han destinado recursos multimillonarios y toda la tecnología massmediática de nuestro tiempo”.

La  convocatoria del Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico convocado por Clacso en Buenos Aires, puso seriamente en cuestión esa expectativa largamente acariciada por la derecha.

No sólo por la  cantidad de intelectuales y políticos de todo el mundo que acudieron a la cita, sino por el clima que se palpaba y que expresaba la profunda convicción de que el camino neoliberal por el cual algunos gobiernos están llevando a nuestros países, conduce inexorablemente a un holocausto social y ecológico de inéditas proporciones.

Hubo coincidencias en que, ante esa amenaza, es necesario construir una alternativa política, hacer un análisis concreto de nuestras dolorosas realidades y un profundo trabajo de organización en el todavía fragmentado campo popular, de tal modo que permita enfrentar a los hiper-organizados (en Davos, en el Grupo Bilderberg, en el G-7, la Ocde, el FMI, etc.) enemigos de clase.

Se debe hacer también un no menos crucial trabajo de concientización, para exponer el lento genocidio que perpetran las clases dominantes del capitalismo mundial y para que todas y todos perciban que otro mundo es posible, que eso no es una quimera o una utopía irrealizable.

Por lo tanto: organización, unidad en la lucha, concientización y una sofisticada estrategia política de construcción de poder popular que no debe, bajo ninguna circunstancia, reducirse al sólo momento electoral.

La clase dominante, el gran empresariado y sus aliados, luchan a diario por sus intereses y jamás detienen sus empeños para ajustarse al calendario electoral.

Debemos hacer lo mismo y luchar a diario con independencia del calendario electoral tomando nota, además, de los profundos cambios registrados en la subjetividad de las clases y capas populares que empuja a algunos de sus sectores a votar por sus verdugos (la reciente experiencia electoral en Brasil así lo demuestra).

Cambios que son consecuencia del fabuloso desarrollo de la informática y los medios de comunicación, que permite llegar hasta las capas más profundas del inconsciente y, desde allí, manipular la conducta política de la población.

 

Un equivocado concepto

 

La supuesta extinción de la diferencia entre izquierda y derecha, fue planteada casi tres décadas atrás cuando Francis Fukuyama insistía en que la historia había llegado a su fin, lo que conllevaba el fin de las ideologías, de la lucha de clases y todos los proyectos de izquierda.

La ex presidenta, Cristina Fernández, también señaló -a nuestro juicio equivocadamente- que la distinción entre izquierda y derecha era un anacronismo.

Debemos recordar que, ya en junio de 2015 y aún en el gobierno, había distinguido que “no hay ideologías, se trata (solo) de intereses contrapuestos”.

El pensador (y vicepresidente) boliviano, Álvaro García Linera, expresó que la vigencia de la dicotomía derecha-izquierda se certifica cuando se observa que mientras los gobiernos progresistas y de izquierda del siglo 21 sacaron de la pobreza a 72 millones de personas en América Latina los de la derecha sumieron en ella a 22 millones. Y que, mientras los primeros reducían la desigualdad, los segundos lo aumentaban.

Asimismo destacó que, “en lo práctico, las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en lo político, tienen que construir otro relato, otra manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido en las últimas décadas. Necesitamos una profunda renovación de los lenguajes que nos permita generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes para proponer algo en el mundo”…”.

“No se puede olvidar, tampoco, que los gobiernos progresistas de la región impulsaron el empoderamiento de vastos sectores sociales anteriormente privados de los derechos más elementales y la reafirmación de la soberanía económica, política y militar, por contraposición a la profundización de la subordinación económica, política y militar impulsada por los regímenes derechistas”, añadió.

A su turno el español Juan Carlos Monedero preguntó “¿si la izquierda está muerta, dónde están los cadáveres de sus sujetos: los obreros, los campesinos, los originarios, las mujeres, los jóvenes, los explotados? ¿Es que han desaparecido? Mientras sobreviva el capitalismo y sus víctimas sigan creciendo en proporción geométrica la izquierda estará más viva y será más necesaria que nunca(…) la distinción entre derecha e izquierda es más válida hoy que en tiempos de la Revolución Francesa”, añadió.

 

Algunas conclusiones

 

Debemos provocar el análisis de lo sucedido en nuestros países en los últimos tres lustros, donde gobiernos surgidos de las movilizaciones populares trataron de poner a los más humildes como sujetos de política.

Así podremos entender mejor a nuestra querida Argentina y nuestra  América Latina que debemos rediseñar en medio de una ofensiva fuerte, a fondo, de la derecha más reaccionaria y dependiente.

Existe  frustración cuando aparecen  personalidades políticas o dirigentes sociales que lanzan consignas en verborragias sin ideas, muestran  incoherencia disfrazada de idealismo y hasta esbozan un macartismo estúpido y perverso.

Otro dilema que surge al debate es si nuestros países debieran ir por un fortalecimiento republicano o ayudar a su derrumbe. La democracia representativa, la propiedad privada, el sufragismo y los partidos políticos son algunos de los conceptos  que organizan nuestra vida institucional, pero la profundidad de la crisis actual cuestiona a la modernidad y al capitalismo, matrices sobre las cuales se han construido los valores que sustentan esta civilización.

Ya no se trata de reformarlas, sino de cambiar los paradigmas que hacen a su vigencia, existencia, constitución y organización.

Hoy se sucede una dinámica de cambios impensable hace apenas dos décadas, ya en lo tecnológico, ya en lo cultural. Las realidades tecnológicas, políticas, económicas, sociales, culturales son muy diferentes a las de décadas atrás, pero los desafíos siguen siendo los mismos.

La derecha no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Miente, manipula, tergiversa los hechos. Usa todo el arsenal de herramientas disponibles: medios masivos de comunicación, manipulación en el uso de datos y perfiles recolectados por las llamadas redes digitales en manos de grandes megaempresas que los venden al mejor postor, en especial a los Estados; especialistas en imagen y manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas, en una guerra de quinta generación, de redes, dirigida a las percepciones y no al raciocinio, cuyo blanco principal es la psiquis de la ciudadanía.

Hoy, con una desaforada oligarquía financiera y guerrerista, el capitalismo cambia, ofrece nuevas mercancías, usa las posibilidades tecnológicas para imponer imaginarios colectivos.

Quizá la peor atadura que pueda tener el progresismo es su propio temor a autocriticarse, a quedarse en un conformismo intelectual, en un cierto posibilismo o seguir anclado en escenarios y discursos ya perimidos por la realidad.

Se trata de  interpelar permanentemente a la derecha adelantando  propuestas alternativas superadoras de los problemas actuales.

Las propuestas deben incluir una nueva constitución y la reestructuración del Estado, la problemática de seguridad y defensa, la fase actual transnacional, global, virtual, concentrada del capitalismo, la integración regional soberana y las herramientas de la nueva gobernanza global, el neocolonialismo y la dependencia que propone el FMI.

Pero también, insistir en Latinoamérica y el Caribe como territorio de paz, denunciar y combatir las nuevas forma de trabajo esclavo, la mercantilización del conocimiento y la educación.

Se debe proyectar un cambio de las estructuras sociales y se debe pensar otra comunicación y otra democracia, participativa, de carácter nacional, popular, anti-capitalista y de integración latinoamericana y caribeña.

Es mucho más difícil construir que resistir: hay que juntarse, hombro con hombro, programar acciones y objetivos tácticos y estratégicos. Y como lo demuestra la experiencia revolucionaria mundial, la construcción se hace desde abajo echando las bases que consolidan el verdadero poder popular con sustento material e ideológico. De lo contrario, tal como lo indica la realidad,  lo único que se construye desde arriba es un pozo.