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Vie, Abr
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Política
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Cambiemos dice que la emergencia alimentaria no es necesaria, pero cientos de familias acampan en el centro porteño, para exigir una respuesta al Ministerio de Desarrollo Social ante una situación de miseria extrema que padecen.

“Parece que en la Argentina medio país se estuviera muriendo de hambre y eso es mentira”, vomitó el secretario de cultura del Gobierno Cambiemos, Pablo Avelluto, mientras cientos de familias acampaban en el centro porteño, para exigir una respuesta favorable a sus reclamos al Ministerio de Desarrollo Social, ante el hambre que viven producto del ajuste del Gobierno.

Y la respuesta de la Casa Rosada es contundente: no hay ninguna necesidad de declarar la Emergencia Alimentaria solicitada por la Pastoral Social de la Iglesia, movimientos sociales, sectores políticos y gremiales.

Queda claro que Avelluto habla por la totalidad del Gobierno Cambiemos ¿pero qué dice la realidad?

El Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad de Avellaneda (UNdAv), es claro cuando señala que más de cinco millones de argentinos no pueden acceder a la alimentación básica, un número que doblega al que se tenía en 2016.

Esta situación es consecuencia de los aumentos en el precio de alimentos de la canasta básica que, con la última devaluación provocada por el ejecutivo, parecen no encontrar techo.

La leche escaló un 88,7 por ciento, la manteca un 88,3, el arroz un 70,9, los fideos un 74 y el pollo un 70,3. Comer ya era difícil y, como se ve, se vuelve imposible cada vez para más personas.

Así, Cambiemos profundiza su rumbo de saqueo a los sectores vulnerables y sigue empujando a más argentinos a la miseria.

Tras perder las Paso, el enojo –y venganza- de Mauricio Macri, adelantó la megadevaluación que era la inevitable consecuencia de las políticas que implementó desde diciembre de 2015.

Así, en pocas horas, se le amputó al salario un treinta por ciento y se volvió a disparar los precios de la comida y los servicios del hogar.

En este contexto, para intentar apagar el incendio, La Rosada lanzó una serie de paliativos, entre ellos el pago extra de mil pesos de la AUH para septiembre y octubre ¿Qué aporta esto en la economía de un hogar pobre que, digamos, tiene un hijo?

A precios de oferta y suponiendo que mañana no siga la feroz remarcación de precios, equivale a diez días de pañales y leche si el pibe toma dos tazas y se aguanta con idéntico número de pañales al día. Eso sí, también alcanza para que coma dos flautas de pan durante diez días.

Vale recordar que la AUH es una herramienta que se creó como complemento para aquellas personas obligadas a trabajar en relaciones informales, pero ahora y como consecuencia de la terrible desocupación que generó el Gobierno Cambiemos, es en mayoría de los casos el único o el principal ingreso para quien la percibe.

Y, así como está, esto tiende a empeorar. Para las consultoras más optimistas la inflación de agosto estaría en un cinco por ciento, pero el arrastre de precios mayoristas, hace que para septiembre se pueda ubicar por los siete puntos. Esto, teniendo en cuenta que la última suba del dólar en un 35 por ciento aún no se trasladó a precios mayoristas.

 

Muchas bocas, ¿poca comida?

 

Según un informe de la ONU, en la actualidad se producen alimentos para nutrir a doce mil millones de personas en un planeta habitado por siete mil. Sin embargo, alrededor de tres millones de niños se mueren de hambre cada año, al tiempo que una de cada ocho personas no recibe suficiente comida, lo que les impide llevar una vida sana y activa.

Estos datos se presentan en un contexto global, en el que el capitalismo muestra su cara más feroz y acelera la concentración de la riqueza en pocas manos, amparado en gobiernos que defienden a rajatabla sus intereses, como el de Mauricio Macri en Argentina.

Además de la crisis alimentaria, hay una fuerte precarización que avanza sobre los derechos de los trabajadores, en tanto aumenta -día a día- un mercado laboral basado en incertidumbre para muchos y maximización de tasa de ganancia para pocos.

De esto va la idea de vender al “emprendedurismo” como si fuera la panacea universal. Pero la realidad es otra: la imposición del precariado como lugar del universo del trabajo en su relación con aquel del capital, es sólo una vuelta de rosca más en la carrera hacia adelante que lleva el capitalismo en la búsqueda de condiciones que garanticen la maximización de tasa de rentabilidad para la clase capitalista.

La precarización se evidencia en Argentina con datos que aporta el Observatorio de Políticas Públicas de la Undav, que reveló la pérdida de 268 mil empleos registrados en el último año, lo que supone un trabajo menos cada dos minutos.

Uno de los sectores más dañados es el industrial, que desde fines de 2015 hasta la actualidad, perdió 138 mil puestos de trabajo y por cada empleo nuevo del sector agrario se perdieron más de 335 en la industria.

Y como si esto fuera poco, el macrismo -de la mano del FMI- y sus sectores cercanos no esconde su intención de avanzar hacia una reforma laboral regresiva.

Aunque fracasó en su intento formal, logró  colocar la tasa de desempleo –otra vez- en el rango de los dos dígitos. La destrucción de trabajo formal, presiona letalmente sobre el que se desarrolla en condiciones de informalidad.

Todo esto, empuja más hacia afuera, a quienes ya estaban fuera del sistema.

Y a esto hay que sumarle la dolarización de tarifas y precios de alimentos cuya producción y cadena de abastecimiento está hiperconcentrada y, sobre ella, el gobierno retiró cualquier tipo de control estatal.

¿Pero algo de esto puede ser azaroso? ¿Será esto producto de equivocaciones, de error de diagnóstico? Nada más alejado de la realidad (Ver Efecto dominó). El Gobierno Cambiemos hizo lo que vino a hacer y si no hincó su cuchillo más a hueso, fue porque la reacción popular se lo impidió, como en diciembre de 2017.

Es que los alimentos y el resto de productos que componen una canasta que permite vivir dignamente, no deben ser considerados mercancía. Pero algo tan evidente, es herejía para un sistema que tiene por finalidad –entre otras cosas- mercantilizar todo, desde las relaciones entre las personas, hasta lo que ellas comen. Y, si no, no comen.