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Jue, Abr
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El capitalismo tiene una Idea, y  no es nueva. El proletariado y la lucha de clases en la mira ¿De qué va esto del “cambio cultural”?

“¿Cuántos de ustedes le darían trabajo a un piquetero?” La pregunta fue formulada por el economista Eduardo Levy Yeyati a los participantes de uno de los paneles del 55 Coloquio de Idea que, días pasados, se dio cita en Mar del Plata.

Pero eso no fue todo. También advirtió que la negativa a contratar por parte del sector privado a trabajadores poco calificados “genera una pobreza y un desempleo estructural relativamente alto en la Argentina”.

Aunque se trataba de un ejercicio alejado de cualquier compromiso, la respuesta fue contundente: sólo levantaron la mano tres de los mil empresarios que estaban presentes.

La anécdota es elocuente a la hora de analizar e intentar interpretar cómo funciona la clase capitalista en general y, en particular, en Argentina, donde el universo del capital está representado -como en pocos lados- en el Coloquio de Idea.

Y es, precisamente ese espacio uno de los mentores del proyecto que llevó a Mauricio Macri a la Presidencia. Pero es también -como pocos- un lugar de referencia identitaria de esa misma clase.

Por eso el ejemplo que deja este ejercicio es claro cuando se tiene en cuenta que esta edición del Coloquio tuvo lugar en medio de las Paso y las Presidenciales.

Justo cuando -jugado por jugado- a contrapelo de lo que hizo desde que asumió como presidente, el candidato de Juntos por el Cambio está lanzado a una carrera de promesas entre las que incluye disminución de la tasa de desempleo y mejoras salariales.

Para comprender de qué va todo esto hay algunos datos que son lapidarios.

Un reciente trabajo de la consultora Synthesis revela que el poder adquisitivo de los asalariados registrados perdió casi un veinte por ciento desde que se inauguró el Gobierno Cambiemos.

Por su parte, en el caso del salario mínimo vital y móvil (SMVyM), la caída fue del 33,6 por ciento, al tiempo que el haber mínimo jubilatorio y la Asignación Universal por Hijo se desmoronaron en un rango del 20,5 y cerca del ocho por ciento respectivamente.

Por eso, si se tiene en cuenta que las expectativas inflacionarias de aquí a fin de año se mantengan como están ahora, es decir, si Macri no fuerce otra megadevaluación, para recuperar el poder adquisitivo de 2015 los asalariados deberían recibir más de 250 mil pesos.

Asimismo, aquellas personas que perciben el SMVyM tendrían que cobrar más de cien mil; los que cobran jubilación mínima y los reciben la AUH tendrían que cobrar más de sesenta mil y alrededor de nueve mil, respectivamente.

 

Reforma laboral

 

Pese a que no pudo concretar la reforma laboral regresiva, con la complacencia de la burocracia sindical, la Presidencia Macri se las ingenió para torcer el fiel de la balanza en favor del universo del capital y en detrimento de aquel del trabajo.

“Tenemos que ver cómo crecer, cómo generar trabajo y oportunidades para los argentinos”, fue una de sus muletillas predilectas, mientras de su gobierno avanzaba en acuerdos sectoriales que en todos los casos- recortaban derechos adquiridos por años de lucha de los trabajadores.

Está claro dónde fue a parar la promesa que hizo sobre la creación de trabajo formal que, en todos los casos, apareció acompañada por la convocatoria a no “tenerle miedo a las reformas”.

Y también que lejos de ponerse al margen del proceso económico como presume el manual capitalista clásico, también ahora en Argentina el gobierno intervino con todas las herramientas que provee el Estado para regular y favorecer a un determinado modelo social.

Esto desmitifica uno de los pilares del discurso dominante, por el que se pretende que un Estado aséptico convoca al capital y el trabajo para obtener resultados transparentes como su asepsia estaría en condiciones de garantizar.

Pero la realidad es diferente y el Gobierno Macri utilizó como pocos las herramientas inherentes al Estado Liberal Burgués (ELB) para torcer el fiel en beneficio del propio tándem que integra.

Y, además, exhibió la potencialidad que estas herramientas tienen cuando se instrumentan por medio de un Código Penal y la fuerza policial, para defender a la propiedad privada, de aquellos que no la poseen.

Por eso se avanzó en la imposición de lo que el Gobierno Cambiemos eligió llamar “cambio cultural” cuyo eje principal es aniquilar la conciencia de clase y, así, forzar el desarmado de una construcción y un desarrollo histórico basados en la solidaridad como mecanismo organizativo de resistencia a las injusticias, pero también de acción colectiva por parte de las clases subalternas frente el ataque de las dominantes.

Es que esta dinámica de acción colectiva es clave para explicar el cambio producido en la percepción que tenemos de nuestros pares y respecto a otras clases antagónicas.

De ahí que el “cambio cultural” pretende la transformación de proletariado en precariado.

Esto no es un fenómeno exclusivo de Argentina. Pasa en países de economías capitalistas avanzadas, avalado por la modificación regresiva de leyes que rigieron la relación entre trabajo y capital durante los años del Estado de Bienestar.

Este “cambio cultural” es quizás el principal legado que deja el Gobierno Cambiemos. Es naturalizar el desempleo, la flexibilización y la precariedad prolongada en el tiempo, acompañada de una baja en el nivel salarial y la incertidumbre para el universo del trabajo.

De esto va el tipo de “trabajo formal” que promete Macri, pero también sus cófrades de Idea y todos los que acepten que, en nombre de una presunta modernidad, es preciso atender los reclamos de “reforma laboral”.

Por eso, si el domingo se termina de derrotar electoralmente al Gobierno Cambiemos, sólo se habrá hecho una parte de la tarea.

Ya que, al día siguiente, habrá que continuar desmitificando esto que el capitalismo pretende presentar como atributo sacralizado. Una tarea que tiene que ver con la capacidad de advertir aquello que es evidente, así como resistir y reconstruir un imaginario social de clase, incluso en un contexto donde corran vientos favorables a las posturas reformistas. Porque, después de todo, hay otro horizonte.