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Política
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En España las tarifas eléctricas aumentaron un 25 por ciento y ya son las más caras del continente. Mientras, la escasez de gas provocada por la política energética de la UE anticipa un invierno que puede ser peligroso para millones de personas. Alemania se salva sola y firma acuerdos con Moscú para garantizarse el suministro de gas.

La política energética de la Unión Europea (UE) comienza a mostrar sus limitaciones. La escasez de gas provocada por la política energética de la UE anticipa un invierno que puede ser peligroso para millones de personas que pueden sufrir las consecuencias mortales del frío.

Como contrapartida, en países como España la tarifa eléctrica aumentó un 25 por ciento en el último año. Mientras los medios de comunicación europeos acusan a Rusia y a Putin por la escasez de gas y la suba de precios en la energía, obvian señalar cómo impacta en los precios la timba financiera que las multinacionales energéticas del “viejo continente” juegan con un recurso natural fundamental como el gas.

El aumento del precio de la energía y la escasez de gas en Europa se produce en un momento de rebote económico, tras el parate provocado por la pandemia.

La reaceleración de la producción provocó un aumento del consumo energético y, también, claro está, de la emisión de gases tóxicos para el medio ambiente, que compromete las metas del Plan del Objetivo Climático para 2030 de la Comisión de Acción Climática de la UE, que propone ir más allá en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, hasta un mínimo del 55 por ciento por debajo de los niveles de 1990 de aquí hasta el 2030.

En este contexto, en el que la UE apunta a cumplir con su agenda “verde” y dice promover la creación e implementación de energías limpias (energía solar, eólica, geotérmica, etc.) y renovables para sustituir a las denominadas “energías sucias” (petróleo, gas, carbón, etc.), las multinacionales energéticas profundizan el proceso de financiarización de los commodities energéticos, especialmente el gas, que repercute directamente en el precio que paga el consumidor.

Pero no solo se trata del problema de la financiarización de un recurso natural, como sucede con otros bienes que son fundamentales para la vida de la población como las viviendas, sino de un problema geopolítico, en el que la UE elige profundizar su dependencia de EE.UU. y separarse cada vez más de Rusia, aun cuando dicha política -que en este caso no entiende de pragmatismo- puede provocar que, literalmente, una parte de la población corra el riesgo de morir de frío durante el próximo invierno.

 

Metele gas

 

Durante la última semana, Vladimir Putin les recordó a sus pares europeos que “el aumento de los precios del gas en Europa ha sido consecuencia del déficit de la energía eléctrica, y no al revés”, en alusión a la campaña antirrusa que suena por estas horas en los principales medios de comunicación de España, por ejemplo.

El mandatario ruso remarcó que el país está dispuesto a aumentar los suministros de gas a otros países, y en las cantidades en las que se demande. “Si nos piden aumentar los suministros de gas, estamos dispuestos a aumentarlos. Los aumentaremos tanto como nos lo pidan nuestros socios. No hay ni una sola negativa”, reiteró.

De hecho, Rusia aumentó los suministros de gas a Europa en un quince por ciento durante el último año y el gigante gasístico ruso Gazprom lo hizo otro 10 por ciento durante el mismo período.

Según informó Gazprom, que es la mayor compañía de Rusia controlada actualmente por el Estado, la empresa pierde dinero exportando su gas a Europa en lugar de jugarlo en la timba financiera del mercado al contado, tal como hacen las empresas europeas. Pese a ello, Rusia está privilegiando, con las miras puestas en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, la exportación de gas a Europa.

En ese sentido quien mejor está capeando la crisis energética es Alemania, que para estas cuestiones entiende más de pragmatismo que sus socios minoritarios, que por algo lo son, en el continente.

Alemania recibe el gas ruso por 300 dólares en lugar de los 1.000 a 1.500 dólares que pagan otros países de la Unión, gracias a un viejo acuerdo impulsado por el ex canciller Gerhard Schroeder, promotor junto a Putin del Gasoducto Noreuropeo o “Nord Stream 1”, todavía en construcción y considerado “la aorta energética de Europa”.

En el fondo, se encuentran también las disputas geopolíticas por la construcción del Nord Stream 2. La construcción de esta segunda vía de acceso entre Rusia y Alemania pretende duplicar las exportaciones de gas de Moscú a Berlín, sin tener que pasar por Ucrania, que obtiene ingresos de otros gasoductos que ya están en funcionamiento y que pasan por su territorio.

Vale recordar que Rusia ya suministra alrededor del cuarenta por ciento del gas de la UE, justo por delante de Noruega, que no es miembro de la Unión, pero sí forma parte de su mercado único.