Sidebar

[Offcanvas] Navegación superior

25
Jue, Abr
89 New Articles

Política
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

EE.UU. y Europa le ponen curitas a la crisis, mientras la Reserva Federal sigue absorbiendo dólares, crece la inflación y se ralentiza la actividad ¿Será verdad que existe sólo una receta para abordar la crisis?

La semana pasada la Reserva Federal de EE.UU. (FED) decidió una suba de 0,25 puntos con lo que la tasa de interés pasó de 4,75 al cinco por ciento, en lo que fue el noveno incremento registrado durante los últimos doce meses. Esto va en simultáneo con la estrategia abordada por el Banco Central Europeo que, días antes, elevó su tasa en medio punto con lo que la llevó al 3,5 por ciento.

Mientras llevan se adelante estos ajustes, los principales responsables políticos y del sistema financiero de Europa y EE.UU. insisten en recalcar a quienes quieran oírlos, que el sistema bancario es sólido por lo que es capaz de sortear cualquier cimbronazo.

Y, en esta  dirección, envían diferentes señales. El lunes pasado, junto a la FED, los bancos centrales de Inglaterra, Canadá y Japón, así como el Banco Nacional Suizo y el Banco Central Europeo pusieron en marcha un mecanismo coordinado por el que -así lo anunciaron- buscarán mejorar la liquidez del sistema por medio del establecimiento de swaps en dólares estadounidenses.

El sistema bancario y los principales responsables políticos de las formaciones estatales del capitalismo central, coinciden en machacar que la actual situación que arrancó con la quiebra del Silicon Valley Bank y el Signature Bank, que además se llevó puesto al Credit Suisse, responde a apenas una suerte de “reorganización y modernización” del modelo de negocios financiero global, algo así como un resfriado del que el organismo saldría más fortalecido.

Pero al parecer este resfriado va a precisar algo más que aspirinas. El viernes pasado la confianza que por estos días el sistema deposita en los bancos europeos, se vio alterada por la fuerte caída que sus cotizaciones tuvieron en las principales bolsas de valores, que tuvo picos del catorce por ciento y cerró en 8,5 por ciento en el caso del Deutsche Bank, que es el principal banco de Alemania y uno de los motores fundamentales del sistema  financiero europeo.

¿Pero de qué va todo esto? Sin dudas hay una cuestión de confianza, pero también de imposición y expectativa. “Necesitamos completar la unión bancaria y seguir trabajando para crear un verdadero mercado de capitales europeo”, recalcó ante este escenario la titular del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, mientras que desde una mirada menos optimista el ex ministro de Economía de Grecia, Yanis Varoufakis, señaló que la actual es una crisis bancaria diferente a las anteriores y peor que la de 2008, tras lo que advirtió que “ninguno de los organismos reguladores de EE.UU. y de Europa se puede sorprender por lo que sucede, ya que reguladores y bancos centrales sabían que el modelo no podría sobrevivir a una subida de las tasas de interés de largo plazo, junto a una salida intempestiva de depósitos y, pese a esto, no hicieron nada para evitarlo”.

Todos estos datos todavía están calientes y habrá que ver cómo evoluciona la cosa durante los días venideros, pero lo que sí está claro es que a esta festichola la va a tener que pagar alguien. Lo primero que queda en evidencia es que, una vez más, el rescate de estas entidades privadas se hace mediante crédito y dinero público: una operación del Gobierno Federal suizo y la Autoridad de Supervisión del Mercado Financiero de este país facilitó la rápida adquisición del Credit Suisse por parte del UBS Group y en EE.UU. la Reserva Federal echó mano al Programa Bancario de Financiación a Plazo, que da luz verde a los bancos que enfrentan fuerte salidas de depósitos, para  puedan financiarse durante un año por medio de sus bonos públicos e hipotecarios “a la par”, esto es al precio que pagaron por ellos y no al actual de mercado. De esta forma, el erario público asume el riesgo de incumplimiento y de la diferencia existente entre uno y otro precio.

Así las cosas, tal como hace el perro que se muerde la cola, el sistema parece enfrentar una situación que supera en gravedad a la de 2008, ya que para intentar que se produzca un efecto dominó, la FED sube las tasas de interés y arrastra con esto a Europa, lo que -entre otras cosas- hace que caigan las cotizaciones generales de los bonos lo que ralentiza la tasa de maximización de ganancia y presiona sobre la liquidez de vez más bancos. Y, en este caso, a diferencia de lo que pasó hace quince años, se trata de la banca especulativa que maneja fondos de inversión, pero también alcanza a bancos minoristas que de acuerdo a lo publicado meses atrás por un informe de The Goldman Sachs Group, son los que en EE.UU. tienen cerca del ochenta por ciento de la cartera de préstamos inmobiliarios comerciales y el sesenta por ciento de los residenciales, así como poco más de la mitad de los destinados al comercio y la industria.

¿Qué quiere decir todo esto? Que si se coloca en la misma olla una situación de estrés en el mercado de bonos, al tiempo que se le añade una crisis bancaria que involucra a los sistemas privados y estatales de las principales formaciones estatales capitalistas y encima el que le pone precio al dólar sube la tasa de interés, una de las consecuencias más previsibles es que la economía mundial vaya hacia una recesión.

Pero esto no es todo. Algo que puede desnudar la situación en curso, es aquello sobre lo que se advirtió no hace mucho en un trabajo que hizo público el Banco de Pagos Internacionales que es una organización financiera internacional que articula a los bancos centrales de la mayoría de países incluyendo a Argentina, en el que se advierte que desde hace rato la banca internacional lleva a cabo la mayor parte de su inversión en derivados, es decir, productos financieros sustentados en préstamos. Y da cuenta de que el volumen de ese dinero ficticio ascendería a alrededor de mil billones de dólares.

  

Desbarajuste

 

A la hora de explicar todo este desbarajuste, las usinas de la industria massmediática hegemónica dicen que el “reacomodamiento” es preciso para enfrentar el peligro de una escalada inflacionaria global -la más elevada desde 1990- provocada por la distorsión de algunos índices generales de referencia de precios que resultó de la reapertura de la economía tras la salida de la pandemia.

También suelen atribuir este fenómeno a la expansión monetaria que varios gobiernos emprendieron para paliar los efectos sociales y económicos durante la pandemia, así como a lo que denominan “excesiva presión estatal sobre el mercado” y hasta a una presunta suba de “la carga salarial” que de ninguna manera se condice con la constatación empírica. Y, sobre todo, argumentan el papel que en esto juega la alteración que sufre principalmente el mercado de granos y fertilizantes, a raíz de las sanciones impuestas a Rusia por EE.UU. y la Unión Europea.

En este punto hay que recalcar que entre los que están ganando con esta situación, aparecen los principales conglomerados empresariales multinacionales y las entidades financieras privadas que merced a la inflación logran maximizar sus márgenes de rentabilidad ya que tienen poder de mercado suficiente, al tiempo que se ven beneficiados por los tipos de interés más elevados.

Y, con este telón de fondo, la FED incrementa la suba de tasas de interés, desde la premisa de que sacando dinero de circulación va a solucionar el problema inflacionario, pero pese a su perseverancia, los datos que entrega la constatación empírica de los últimos doce meses, dan cuenta de que sólo logró que se encarezca la inversión y el acceso al crédito con la consecuente ralentización del ritmo de ventas y la actividad económica. Por eso es que el peligro de que durante este año la economía estadounidense se estanque y, más aún, entre en recesión es algo en lo que coinciden las predicciones publicadas por algunos de los principales actores de Wall Street como Wells Fargo, Goldman Sachs, JP Morgan y Barclays PLC.

Pero lo cierto es que más allá de las explicaciones coyunturales, la pandemia y su salida, como así la guerra en el Donbás, sólo profundizaron una crisis que ya estaba, que es sistémica del capitalismo y viene dando señales claras desde hace mucho tiempo, tal como las que exhibió el estallido de la burbuja bursátil que lleva a la sobrevaloración y degradación del capital material/productivo para beneficio del financiero, al tiempo que fomenta el crecimiento criminal de la deuda pública como mecanismo que mutila la soberanía de las formaciones estatales, tal como es el caso que -ahora mismo- pone a nuestro país en el ojo del huracán.

Así las cosas, el capital financiero concentrado transnacional va ganando en un contexto de economías con problemas de liquidez, mientras que los “fondos de gestión de inversiones globales” se multiplican para seguir engordando sus cloacas fiscales.

Porque si de correr para adelante va la cosa, nadie le gana a la clase capitalista que a la vez que intentar maximizar su tasa de rentabilidad, se empeña denodadamente en buscar la forma de superar o al menos disimular los propios límites que tiene el sistema.

Es que antes del Covid-19 y la guerra en Europa, ya había unos pocos que ganaban muchísimo e imponían una dinámica de creciente maximización de sus tasas de rentabilidad a caballo de la profundización de la extrema financierización, así como por medio del fomento del consumismo de bienes y servicios inútiles.

Esto exhibe límites concretos inherentes a la actual etapa del desarrollo capitalista. Uno de ellos es el ecológico y si alguien duda al respecto, que explique por qué este verano sufrimos nueve olas de calor que provocaron una sequía histórica que trae terribles consecuencias económicas.

Otro límite es el social y se vincula a la propia dinámica de explotación, que lleva a que el capitalismo responda a la demanda social mediante formas cada vez más autoritarias: muestra de ello es la creciente legitimación cultural y social que tienen las miradas más reaccionarias, lo que viene favoreciendo el acceso al Gobierno de expresiones de la peor derecha política, pero que también lleva a que los esquemas progresistas que actúan dentro de los límites del Estado Liberal Burgués, acepten replantearse algunas de sus banderas históricas vinculadas a derechos de ciudadanía, laborales y sociales.

Y otro de los límites es el que le impone la propia acumulación que lleva a que el sistema capitalista deba producir cada vez más porquerías innecesarias para menos personas, lo que deviene en la crisis de sobreproducción que caracteriza al actual capítulo de su crisis de larga duración, del que pretende escapar por la vía de la creciente financierización.

En este punto, es prudente hacer hincapié en que no se asiste a una crisis de coyuntura de esas de las que el sistema sale mediante la construcción de acuerdos que establecen una dinámica sana para el desarrollo de la democracia liberal burguesa, buscando espacios de equilibrio en su esquema de representación política.

Es que el aumento de las fuerzas productivas –sobre en todo la producción de cosas inútiles-, coadyuvó con la profundización de la desigualdad, por lo que se obstaculiza la realización de esos productos en el mercado y, así, no se pueden convertir en plusvalía. Sobre esto Carlos Marx advirtió hace más de un siglo, ya que se trata de una dinámica que necesariamente lleva a un momento en el que el capital destruye producción y como el hilo se corta por lo más fino, deja a millones de trabajadores en la calle y lo que es peor, los echa del sistema.

Entonces, millones de trabajadores consumen menos - entre otras cosas comida-, al tiempo que se quedan sin poder acceder a los servicios de salud y educación, en tanto muchos pierden la sindicalización por lo que deben buscar establecer otro tipo de redes de autoayuda.

De ahí que quede claro que la situación que se lleva la tapa de los principales diarios económicos durante estos días, no salió de un repollo y, lejos de eso, responde a un escenario en el que la economía capitalista global ya estaba contra las cuerdas -entre otras cosas- por la guerra comercial perpetrada por EE.UU. contra la República Popular China en particular, pero que se extiende al resto del mundo, que empujó a una ralentización del ritmo de crecimiento global y a que disminuyera el del comercio internacional, ya antes de la pandemia.

 

Así es el capitalismo

 

La actual situación que afecta al tándem que integran los sistemas monetario, bancario y financiero tiene impacto global, se inscribe en el contexto de la crisis de larga duración del sistema capitalista y, aunque podría encontrar paliativos dentro del propio sistema, nunca los va a tener porque eso sería ir en contra aquello que está inscripto en el propio ADN del capitalismo.

Una alternativa paliativa sería la adopción de medidas concretas como la imposición de tasas internacionales que graven -en serio- el flujo financiero transnacional y actúen con severidad sobre actividad de los paraísos fiscales.

La idea que fue desarrollada hace más de dos décadas por el Nobel de Economía James Tobin quien, por sobre todas las cosas, es un ferviente defensor del capitalismo, se basa en que de acuerdo a cálculos moderados, cada día circulan entre 1,5 y dos billones de dólares en operaciones de movimientos de capital que implican transferencias financieras que sólo buscan la rentabilidad proveniente de la diferencia de precios o de cotizaciones, que nada tienen que ver con la inversión productiva. Por lo que si se gravara esto, podría aparecer la liquidez necesaria para enfrentar la crisis actual y todavía más.

¿Pero cómo puede afectar todo esto a Argentina? La decisión de la FED le sube el precio al dólar, lo que le mete más presión a la restricción externa que crónicamente padece la economía de nuestro país, ya que encarece el acceso a divisas que son esenciales para la importación de insumos vitales para la producción de bienes y para el pago de deuda. Algo que se vuelve más complejo, en un contexto en el que se evalúa que el Banco Central va a disponer de una liquidación de alrededor de 20.500 millones de dólares menos como consecuencia de la sequía.

Otro efecto puede ser la baja de la cotización para los activos financieros sobre todo los de riesgo como son los de la deuda pública de Argentina, lo que podría traer aparejada una suba del riesgo país con el consecuencia del encarecimiento del acceso al crédito que ya de por sí es bastante difícil. Y asimismo, la política de suba de tasas dispuesta por la FED, puede depreciar el precio de commodities algo que implicaría una baja para buena parte de los bienes exportables que produce Argentina.

Todo esto vuelve a poner sobre el tapete que es preciso desacollarar -todo lo posible- a la economía y la producción local respecto a un panorama global que sólo presenta tormentas, algo que difícilmente sea posible con la actual matriz productiva y con el condicionamiento que implica el Stand-By que liga al Estado argentino con el FMI.

En este sentido, esta semana el presidente Alberto Fernández se va a reunir en Washington con Joseph Biden. En el nudo de la agenda aparece la posibilidad de que se renegocien las metas del acuerdo suscripto hace un año entre el gobierno argentino y el Fondo, ya que barajar y dar de nuevo es preciso en un contexto en el que desde entonces las consecuencias de la situación en el Donbás, la sequía y la crisis financiera mundial afectaron drásticamente las posibilidades de que se cumpla con lo pactado.

Como accionista mayoritario dentro del Directorio del FMI, EE.UU. puede destrabar la posibilidad de que se modifiquen las metas acordadas para evitar que Argentina afronte el actual cronograma de desembolsos que, para este año, prevé que el Banco Central tenga que pagar algo así como 3.500 millones de dólares por encima de los que va a recibir por el Stand-By. De ninguna manera un nuevo plan sería la panacea universal al problema de la deuda, pero en la actual coyuntura representaría un alivio significativo.

Pero incluso con estos condicionamientos y dentro de los límites de lo que permite hacer el Estado Liberal Burgués, el gobierno pudo avanzar en una medida clave como el establecimiento de una reforma fiscal que hubiera gravado de forma más consistente a la banca privada y a las grandes fortunas, algo que requiere de consensos políticos difíciles de articular en un año electoral y en un escenario en el que casi todo parece volcarse un poco más hacia la derecha.

Y también habla de la necesidad de replantear la matriz productiva del país, cuyas debilidades acaban de volver a quedar expuestas como consecuencia de la sequía. Pero, para esto, un paso indispensable es la sanción de una nueva Ley de Entidades Financieras que reemplace a que impuso José Alfredo Martínez de Hoz y que significativamente continúa vigente.

Es que con esa ley, la clase capitalista que instrumentó la última dictadura, estimuló la desregulación del sector financiero y facilitó un proceso de concentración de la banca privada y transnacionalizada, que hizo que se pase de alrededor de seiscientas entidades financieras y bancarias a menos de un centenar.

También brindó una garantía del cien por cien a los depósitos, lo que llevó a que el Estado deba hacerse cargo del tendal que dejó la banca privada: durante los dos primeros años de la vigencia de esta norma, se registraron más de una veintena de quiebras bancarias. Y, por otra parte, destruyó el sistema de cajas de ahorro que mediante un esquema de tipo mutualista, era clave para mover la economía productiva en escala de pueblos y regiones.

Pero, fundamentalmente, hizo que el Banco Central deje de centralizar todos los depósitos, por lo que también perdió capacidad para orientar el crédito, tarea que quedó en manos de la banca privada con las consecuencias que están a la vista. Esto es, que sentó las bases de un sistema que fomenta la financierización por sobre la producción de bienes y el trabajo.

Pero más allá de estas reflexiones que alcanzan sobre miradas de tipo coyuntural y táctico, es preciso tener en claro que el capitalismo tiene en su propio ADN el germen de su destrucción y esto va quedando cada vez más en evidencia, ya que desde hace medio siglo no logra subir de manera sostenida y duradera las tasas de rentabilidad, pese a la revolución e innovación tecnológica y a los avances que perpetra sobre el universo del trabajo por medio de formas organizativas de la relación laboral tales como la deslocalización, subcontratación, terciarización y el precariado.

Por eso para explicar este momento de la crisis, en el que los problemas bancario y financiero son epifenómenos de otro más profundo, es preciso comprender que el capital es un modo de relación social y, entonces, no debe despreciarse la dimensión moral y ética de esta problemática a la hora de pensar desde dónde pararse ante este nuevo pustch que se perpetra contra el universo del trabajo, que debe leerse en clave de lucha de clases.

Es que si se parte de que, en tanto relación social fundamental, el capital se expande hacia toda la esfera de la producción, la circulación y de la realización formalizada en la mercantilización, se vuelve absurdo pensar en cualquier futuro que no comience a construirse ahora mismo y no sólo desde un plano abstracto, sino a partir de su concreción de realizaciones prácticas que en la escala de lo posible, exhiban la construcción y articulación de formas diferentes a las que impone el capitalismo.

Quizás entonces sea sensato pensar en que vale la pena asumir la necesidad histórica de construir soluciones diferentes que apunten a lograr formas de institucionalidad y de lucha popular dinámica, capaces de articular otro tipo de relaciones sociales. Y es en este punto, donde los comunistas tenemos una postura moral y ética que constituye un aporte a la hora de construir un bloque de representación política apto para resistir lo terrible que el capitalismo intenta imponer en su actual fase de desarrollo.

Asimismo, debemos encarar la doble tarea que implica trabajar desde la coyuntura, sin perder la mirada táctica y estratégica, ya que es imprescindible romper el mito que supone la homologación de los conceptos capitalismo y democracia, a partir de un sistema que defiende la democracia política con la extensión del voto y diferentes concesiones inherentes a derechos civiles, al tiempo que niega cualquier posibilidad de democracia económica.

Y que lo hace porque la democracia económica está ligada a la autogestión, es decir, a la posibilidad de que los propios productores decidan qué, para qué y cómo se produce, lo que vuelve necesaria la participación de los productores/trabajadores en la generación de la riqueza social, su distribución y comercialización. Esta posibilidad horroriza a neoliberales y pone en evidencia los límites de cualquier alternativa keynesiana, incluso la de aquellos que creen que es posible un “capitalismo bueno”. Pero, por sobre todo, pone a los trabajadores de la economía formal e informal ante la perspectiva de pensarse más allá de su relación con el universo del capital y con el Estado Liberal Burgués.

Todo esto recalca que se vuelve fundamental desmercantilizar las relaciones económicas, sociales y por supuesto las humanas. Y que es posible comenzar a hacerlo ahora mismo, a escala y dentro de las reglas que impone el Estado Liberal Burgués, como tarea indispensable para avanzar hacia formas no capitalistas.

De ahí que sea preciso volver a construir desde una perspectiva que priorice la articulación de los conceptos de democracia política y económica, algo clave para recorrer un proceso de transición hacia un diseño social diferente fundamentado en democracia amplia y profunda, esto es, un diseño no capitalista como única forma de evitar que siga la degradación de la propia especie humana.