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Mié, Abr
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Política
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El mes de marzo cerró con el Índice de Precios al Consumidor más elevado de lo que va del gobierno del Frente de Todos ¿De dónde sale esta inflación? ¿Será verdad que lo único que queda es ajustar todavía más?

Marzo fue el mes con el Índice de Precios al Consumidor (IPC) más alto desde que gobierna el Frente de Todos. El 7,7 por ciento contribuye a hacer estragos en los bolsillos de los trabajadores, pero también a que el primer trimestre cierre con un alarmante 21,7 que catapulta la inflación interanual al 104,3 por ciento.

Como se esperaba para ese mes, el rubro Educación fue el que más aportó a la suba del IPC con un 29,1 por ciento, tras lo que aparecen dos clásicos en esto de romper el presupuesto de los trabajadores: Prendas de Vestir y Calzado con 9,4 junto a Alimentos y Bebidas no Alcohólicas con 9,3 por ciento que, en este caso, pegó el salto traccionado por los incrementos perpetrados en carnes y derivados, así como en leche, productos lácteos y huevos.

Pero también hicieron lo suyo los aumentos de algunos precios regulados como los correspondientes a los servicios de agua y cloacas, gas y electricidad en algunas regiones del país, junto al de combustibles que promediaron el 6,5 por ciento y el de transporte público que lo hizo en el orden del 5,3.

Con estos números, el Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM), que realiza el Banco Central a partir de los datos que aportan las principales consultoras y fundaciones, habla de una inflación proyectada que ya escaló hasta el 110 por ciento anual, lo que la ubica 10,2 puntos por arriba del pronóstico de la encuesta previa. Las fuentes consultadas para la elaboración del REM no son imparciales, sino que forman parte del bloque de la clase capitalista que es núcleo central de la generación de inflación, pero asimismo sus lecturas resultan clave a la hora de generar expectativas que poco después se traducen en una mayor actividad de la maquinita remarcadora de precios.

En este sentido vale citar un reciente informe de la consultora LCG, que sostiene que la segunda semana del presente mes registra una suba de precios que en promedio es de casi tres puntos porcentuales, lo que representa un 0,45 por arriba de la semana anterior y significa que abril comenzó con una tendencia al incremento superior al promedio de los meses anteriores.

Este caso es bastante complejo y original, ya que si bien la pandemia y la guerra le echan nafta al fuego, a diferencia de lo que pasa en otros lados, en nuestro país se padece un Régimen de Alta Inflación (RAI). El camino que lleva al RAI es policausal y posee componentes exógenos y endógenos entre los que se destacan tres momentos clave: la dictadura de 1976, el menemismo y el macrismo que modificaron aspectos estructurales de la matriz económica y productiva del país.

También es prudente señalar que el tema de la inflación se suele explicar como producto de una puja distributiva, es decir cómo se reparte la riqueza que produce el trabajo. Pero bajo esa definición se oculta lo que en verdad es un episodio de la lucha de clases.

Otra recurrente explicación a la que se echa mano desde las propaladoras massmediáticas de la clase capitalista, es que hay inflación porque el Estado gasta mucho -por supuesto- en áreas como asistencia social, Salud, Educación y su sistema previsional que de acuerdo a esa perspectiva deberían pasar a manos privadas.

Pero lo que de ninguna manera logra explicar esa mirada, es por qué un gobierno que ajustó y redujo la emisión monetaria, al tiempo que pisaba el salario y la inversión pública como el presidido por Mauricio Macri, acabó con una inflación de casi el 54 por ciento. Y otro como el actual en el que, además de todo eso recibe el permanente monitoreo del FMI que mantienen sus cuentas cortitas, duplica esa inflación.

Y es aquí donde aparecen tres actores fundamentales que explican este 7,7 por ciento: una clase capitalista que actúa en Argentina con características depredadoras extremas, la incapacidad gubernamental para disciplinar a las corporaciones que acaban poniendo el precio de góndola de los artículos de primera necesidad y todo lo que impone el acuerdo con el FMI que, entre otras cosas, encorseta a la actual gestión llevándola a ajustar, por ejemplo, con la implementación de un esquema de suba sostenida de precios regulados.

Porque para hablar de la inflación, hay que señalar a los formadores de precios y corporaciones empresariales que, por medio de una estrategia de integración vertical y horizontal, construyen una posición dominante que les permite poner el precio que quieren a los productos de la canasta de alimentos. Y esto más allá de cualquier abordaje gubernamental, como se exhibió con los programas Precios Cuidados y precios Justos.

Pero no sólo eso, ya que se trata de sectores de la clase capitalista que tienen capacidad casi infinita para ejercer el lobby que evita que se desacople el precio exterior e interior de los alimentos, así como para poder subfacturar y evadir tal como quedó al desnudo con el Caso Vicentin. Y que vuelve a exponerse con total crudeza con la devaluación que implica la puesta en marcha del Dólar Soja III que, al parecer, lejos de apaciguarla sólo incrementa la voracidad de los actores del agronegocio.

 

Hitos

 

La dictadura, la convertibilidad y el macrismo son tres hitos a la hora de explicar por qué se modificó la estructura productiva del país mediante un proceso de destrucción de la matriz industrial, reprimarización, concentración y dependencia del capital transnacional de la economía, así como la adscripción a un modelo muy permeable a la financierización global.

Pero también vale recalcar que este camino comenzó coincidentemente con el momento en el que la Crisis de Larga Duración Capitalista entraba en su segunda etapa, con la salida del dólar del patrón oro, el agotamiento del modelo keynesiano y la irrupción a escala mundial de un esquema de negocios caracterizado por la creciente preeminencia del capital ficticio, esto es la financierización.

Con este telón de fondo, una vez más, queda claro que el “capitalismo bueno” son los padres. Y esto es algo que puede constatar cualquiera que se pare frente a la góndola del súper donde se vuelve evidente que es mentira eso de que la autorregulación del sistema económico es capaz de traer equilibrio. Pero asimismo que es ilusoria la postura neokeynesiana que confía en que el ELB puede someter al universo de las finanzas y la especulación a una lógica de economía productiva.

¿Entonces qué queda? En esto, como suele ocurrir, es preciso tener una mirada estratégica que -sin dudas- señala que el Stand-By de 2018 y la renegociación de 2022 con el FMI ahogan cualquier posibilidad de establecer un  esquema sustentable y que, por lo tanto, son impagables.

Pero también una de índole táctica que advierte que es necesario cerrar filas en la construcción de herramientas políticas, que permitan que el resultado de las Presidenciales de este año no empeoren todavía más las cosas.

Y, por supuesto, es imperioso no perder una perspectiva de coyuntura, porque es justamente en la coyuntura donde millones de trabajadores la tienen que yugar cada día para poder poner un plato de comida sobre la mesa. Entonces, otra vez vale la pena insistir con que sigue teniendo vigencia esto de que como comunistas, podamos construir desde una postura de clase, una mirada antagonista que sea capaz de interpelar y canalizar el descontento.

Esto es echando mano a formas que faciliten la reorganización de la vida social, la producción y la distribución de bienes para cubrir las necesidades de las personas a las que más agrede este momento de la crisis del sistema capitalista. Y para ello la respuesta es avanzar, siempre en la escala de lo posible, en la construcción de formas no capitalistas.

Para eso tenemos la experiencia desarrollada sobre todo en el movimiento social, donde no pocos comunistas son protagonistas de formas que incluyen el mutualismo cooperativo entre oprimidos y agredidos por el sistema, algo que presenta la posibilidad de actuar sobre las esferas de la producción y circulación, por un carril diferente al de cadena de valorización del capital. Y, asimismo, a partir de reglas diferentes que permitan que la realización no sea la mercantilización, al tiempo que expongan una postura abiertamente antagónica con la naturalización del capitalismo lo que impone -en épocas de precariado- una reproletarización que plantee un horizonte de construcción capaz de viabilizar un rumbo de transformación de sus condiciones materiales de existencia desde sí misma y para sí misma.

Porque el 7,7 por ciento no sale de un repollo, sino que es una consecuencia casi necesaria de una diversidad de causas que encuentran a su factor común en un sistema capitalista que en el actual momento de su crisis pretende llevarse puesto al universo del trabajo y que ya empezó a hacerlo, entre otras cosas, con el plato de comida de millones de argentinos.