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Política
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Veinticinco molinos procesan trigo transgénico HB4 que va acompañado con el agrotóxico glufosinato de amonio y es imposible saber si el pan que llevamos a la mesa está hecho con esa variante.

“La crítica fundamentalmente es al modelo productivo”, recalcó la titular de la Comisión Agraria del Partido Comunista, Myriam Gorban, quien asimismo advirtió que “no se puede seguir produciendo con veneno” y, por lo tanto, “tenemos que tomar otro camino que es el de la agroecología”.

Los dichos de quien además es creadora y coordinadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad de Buenos Aires nada tienen de antojadizos. Hace apenas dos meses, la empresa Bioceres anunció que veinticinco molinos del país ya están procesando el cuestionado trigo transgénico HB4, que va acompañado con el agrotóxico glufosinato de amonio.

Pero esto no es todo, ya que el gobierno aprobó su comercialización, pero no estableció obligación de que se informe qué productos lo contienen, por lo que la población argentina es la primera del mundo en comer alimentos confeccionados con harina transgénica y ni siquiera puede saber si lo que se pone en la mesa la contiene.

El anuncio que hizo la empresa Bioceres es claro: la variante de trigo transgénico HB4 ya es procesada en nuestro país junto al trigo convencional y esto pasa sin que quienes consumen harinas, puedan discriminar cuál es uno y cuál es el otro, ya que no existe la obligación de que se etiqueten los alimentos elaborados con transgénicos, algo que sí pasa en otros países, sin ir más lejos, en Brasil.

¿Pero de qué va esto del glufosinato de amonio? Se trata de un herbicida de amplio espectro que se usa para eliminar todas las plantas, excepto los cultivos transgénicos que fueron diseñados para resistirlos. Pero además de eso contamina, no sólo el predio y el cultivo en el que fue utilizado.

Una muestra de ello es lo que reveló hace tres meses un trabajo llevado a cabo por el Conicet y la Universidad Nacional del Litoral (UNL), que da cuenta de que en la zona baja del Río Salado -sobre su desembocadura en el Paraná- en la provincia de Santa Fe, se detectó en cuerpos de sábalos la concentración más elevada de agroquímicos del mundo.

El dato debió encender luces de alarma por muchas razones, ya que habla del nivel de contaminación que presenta esta cuenca hídrica que incluye a zonas de cinco provincias y está ubicada en el corazón de la zona núcleo del agronegocio. Pero también porque el sábalo es un pez que por su abundancia y razones culturales, está incorporado a la dieta de los santafecinos, especialmente de los sectores populares y un porcentaje importante de su pesca y venta de hace por medio de circuitos informales, lo que vuelve mucho más complejo el control sobre la calidad de este producto.

Así las cosas, nadie puede decir que oportunamente no se alzaron voces alertando acerca de las consecuencias que traería la utilización del trigo transgénico HB4. Entre quienes lo señalaron estuvo el Movimiento Territorial Liberación que hace un año hizo pública su preocupación por la autorización de la siembra de esta variante que, sostuvo entonces, “constituye una amenaza para la alimentación y la salud de las personas, por el uso de un agrotóxico quince veces más tóxico que el glifosato, el glufosinato de amonio, veneno que dejaría residuos en los granos y consecuentemente en harinas y alimentos”.

Queda claro que estas son las consecuencias ambientales y sanitarias que provoca un modelo productivo que sólo busca la maximización de la tasa de rentabilidad de un puñado de multinacionales. Pero, tal como insiste Myriam Gorban “hay otras salidas”, porque “lo que estamos criticando es el modelo hegemónico de producción, que produce con venenos y plantea que no hay otra forma de producir, pero eso es falso”.

En este contexto, indicó que “en otros países, los consumidores tienen más capacidad que en Argentina para presionar sobre las empresas”, ya que “aquí tenemos poca capacidad de organización y eso nos resta fuerza para influir sobre las empresas”.

Y añadió que en Argentina “la ventaja fundamental que tenemos es que somos autosuficientes en lo que hace a la producción de alimentos por lo que no necesitamos importar casi nada”, pero también tenemos dos contras: “una es el tema de la propiedad de la tierra, porque las tierras que no están en manos de los verdaderos productores, sino de los acaparadores que especulan con el valor de la tierra”.

Pero asimismo, “tenemos el problema de la inflación que, para solucionarlo, hay que meter la mano en el bolsillo de los especuladores”. Y definió que “es un problema que provoca artificialmente que hace que la gente no tenga acceso a los alientos sanos, seguros y soberanos”, ya que “son sumamente caros y hay una distorsión entre el costo de la canasta básica y los salarios de los trabajadores”.