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Mié, Abr
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Cifras que asustan y una crisis que nada tiene de nueva. Una historia de cacerolas y yubartas. En cuarentena también hay contrastes. Un mensaje desde el futuro, redactado hace 156 años.

Según estimaciones del FMI, el PIB mundial se va a contraer, al menos, un tres por ciento este año. Por su parte, el Banco Mundial proyecta una caída del PIB del 4,6 por ciento para América Latina, mientras que en Argentina alcanzaría el cinco por ciento, porcentaje similar al de Brasil, su principal socio comercial.
De todos modos estos son datos relativos, porque entre bambalinas estos organismos reconocen que ni tienen idea de cómo va a estar la cosa a la hora de hacer el balance anual.
También coinciden en atribuir estas caídas a la pandemia, aunque de ninguna forma reconocen que, en realidad, lo que el coronavirus hizo, es exhibir con crudeza a una crisis preexistente (Ver Para pensar el día después).
En esto, no hay nada nuevo. Pero tampoco lo hay en la fórmula que el universo del capital plantea para “superar la crisis”.
Para entender de qué esa receta del universo del capital, vale tener en cuenta que, según la OIT, el Covid-19 va a destruir 195 millones de puestos de trabajo de tiempo completo a escala global y, de ellos, catorce millones de empleos formales corresponden a América Latina y el Caribe.
Ante este escenario la clase capitalista se relame el bigote. Con esa estimación sobre la mesa, sabe que puede apretar clavijas y profundizar su intento de modificar drástica y regresivamente, la relación que tiene con el universo del trabajo, desde mediados del siglo 20.
Desde esa mirada, la pandemia justifica acuerdos que permiten recortes salariales y echar por tierra convenios laborales que sintetizan años de lucha obrera.
La premisa parece ser clara y reitera algo que está en el ADN capitalista: privatizar ganancias y socializar pérdidas.
Es mentira que no haya de dónde sacar el recurso que hace falta para pagar el costo que implica enfrentar la pandemia y reconstruir aquello del aparato productivo que quede dañado el día después (Ver Para pensar el día después).
El punto es otro: la irrupción del Covid-19 se presenta como una excelente oportunidad para el universo del capital.
Porque una inflación y recesión disparadas por la crisis preexistente que ahora desnuda la pandemia, sumadas a una desocupación y subocupación creciente, configuran un escenario ideal para que el universo del capital presione para imponer el precariado.
Es que en el actual capítulo de la Crisis de Larga Duración Capitalista, el precariado es una pieza clave en la relación que se pretende imponer entre los universos del capital y el trabajo. Y fundamentalmente en la mecánica con la que se busca reorganizar la vida social, pero asimismo la producción y distribución de bienes.
Porque el capitalismo es por encima de todo, una forma de relación social que se realiza en la mercantilización de todo y todos.
Esto permite tener una mirada más aguda, que quizás ayude a comprender por qué trabajadores de barrios medios, muchos vulnerabilizados por el sistema, eligen exigir –cacerola en mano- que el Estado no le cobre un gravamen extraordinario a hiperfortunas como las de Héctor Magnetto y Paolo Rocca.
Es que quien se resigna a ser tomado como mercancía, va a actual como tal y, en correspondencia, se constituirá en masa de maniobra –por lo tanto descartable- para los integrantes de una clase que admite poquísimas membresías.
Las yubartas son unos bichos enormes, hermosos e inteligentes que pasan su vida cantando por los mares, pero cada tanto y en masa, se arrojan contra una playa donde quedan varados y mueren. Los biólogos más encumbrados del planeta no encuentran una explicación a esta estúpida actitud.

Presiones

Pero esto no es todo. En este contexto la clase capitalista presiona para que se abra indiscriminadamente la cuarentena. Si lo logra, serán los trabajadores quienes paguen con su vida el precio de una crisis, que fabricaron los mismos que tienen resto como para esperar que el Covid no atraviese los muros de los barrios privados.
Es que la pandemia permite exhibir impúdicamente la forma en que se construye la relación entre los universos de trabajo y capital, desde que el capitalismo se convirtió en un sistema-mundo.
Mientras tanto el universo del capital sigue perpetrando y profundiza recortes salariales y despidos, al tiempo que conserva e incrementa subsidios estatales.
Esto está pasando en casi todo el mundo capitalista y alcanza a gobiernos que eligieron caminos diferentes para enfrentar la pandemia, como es el caso de Argentina, Alemania, EE.UU y Brasil.
Y, en todos los casos, logra que se naturalice un peligroso avance sobre el del trabajo, al naturalizar la transformación conceptual y práctica de proletariado en precariado, algo que posibilita mejores condiciones de explotación y obtención de plusvalía, en favor del capital.
De esto va toda la sanata que machaca la clase capitalista desde sus propaladoras, para presionar con eso de que hay que priorizar la “economía” por encima de la salud.
Y es aquí donde se exhibe una de las caras más criminógenas del capitalismo. Es que con el putsch para que se flexibilice indiscriminadamente la estrategia de aislamiento social, preventivo y obligatorio implantada para enfrentar la pandemia, lo que busca es convertir al trabajador en un insumo pasible de contagiarse coronavirus y, por lo tanto, todavía más descartable.

¿Y ahora, quién podrá emanciparme?

En este punto es preciso volver a reiterar que esto de que la crisis no tiene nada de nuevo. La crisis ya estaba y la pandemia sólo permitió volverla más evidente, de ahí que sea mentiroso postular que habrá que prepararse para una “nueva” crisis post-pandemia.
Es que la pandemia hace estrago a caballo de un capitalismo que lo viene haciendo desde hace rato y, en este marco, apuesta fuerte a profundizar los desequilibrios existentes.
Así pretende correr hacia adelante en su afán de superar los límites internos que plantea la propia acumulación de capital, pero también los ecológicos y de carácter político, ya que su propia reproducción social se hace inviable si no echa mano a fórmulas autoritarias.
Lo que pasa en Brasil es un ejemplo elocuente de esto. Esto lo sabe la clase capitalista que en Argentina, le pone las fichas a que las restricciones que impone la pandemia, sean un caldo de cultivo para reorganizar a esa masa crítica que desde el núcleo cacerolero de la 125, construyó cohesión identitaria, capacidad de movilización y una pedestre pero eficiente mística.
Sus integrantes saben que va a ser importante el costo fiscal de las políticas proactivas –algunas los benefician directamente- que lleva a cabo el ejecutivo para evitar la actividad económica se hunda todavía más. Por eso se preparan para el día después.
La pandemia puso en evidencia la crisis que ya vivía el capitalismo y, en consonancia, volvió más epidérmicas a algunas de las consecuencias directas que tenía y tiene esa crisis.
Así las cosas, en los días que corren proliferan posturas conspiranoicas, miradas apocalípticas u optimistas que ven en la pandemia una suerte de oportunidad para que el capitalismo expíe los pecados que lo llevaron a ser malo y se vuelva bueno y, por lo tanto, keynesiano que esta vez lograría ser sustentable y global.
Pero más allá de todo esto, resulta evidente que cualquier resolución va a ser traumática –sobre todo- para las alrededor de seis mil millones de personas que ya vivían en condiciones horribles antes del Covid- 19.
Entonces, como vuelve a quedar claro que el capitalismo no quiere ni puede dar respuestas que alcancen a toda la humanidad, es imprescindible construir soluciones no capitalistas.
Y aquí es donde hay que volver a resaltar que hay cosas que se hacen más fáciles de poner en superficie en situaciones como la actual, donde las consecuencias prácticas que tiene el capitalismo salen a flor de piel.
Por eso, si se hace ingeniería inversa, se va a encontrar detrás de cada consecuencia, una causa que lleva a la última determinación, que está en las relaciones que impone el capital.
Entonces será más fácil advertir las múltiples y concretas caras que tiene la desigualdad, ya que en la villa escaseaba el agua potable, pero ahora es todavía más indispensable porque lavarse las manos resulta fundamental para evitar el Covid-19.
También señalar el contraste de quienes pasan la cuarentena hacinados y, encima, se ven ante la disyuntiva de tener que salir a buscar el peso para comer a riesgo de contagiarse, cuando desde el country otro tipo dice que hay que trabajar para “salvar la economía”.
La pandemia vuelve más epidérmicas algunas de las miserias del capitalismo y, por lo tanto, es más fácil señalar lo que es evidente y actuar sobre lo que es evidente, algo que los comunistas sabemos cómo hacer, desde el Partido y el territorio.
Pero, aunque la mirada hegemónica pretenda que no hay vida más allá de las relaciones que establece el capital, la pandemia vuelve a exhibir que la lucha de clases sigue vigente y tiene un capítulo ahora y también el día después.
Por eso, como pocas veces antes, sigue siendo válido el enfoque autogestionario como herramienta para aportar a la construcción de masa crítica, en tanto insumo básico para la construcción de comunidad, lazos de autoayuda, apoyo mutuo y cooperativismo entre los oprimidos, que permita –a escala- construir trabajo y riqueza que se transforme en capital social.
Es que vuelve a quedar claro que una cosa es saber que se juega de visitante y otra creer que se pueden transformar en virtuosas a las herramientas del Estado Liberal Burgués.
De ahí que resulte clave pasar de largo de las consignas fáciles y comprender la importancia de los acontecimientos en curso.
Una de las claves de la clase capitalista es que jamás desperdicia una crisis y, en esto, corre con ventaja porque el capitalismo es un sistema que vive en crisis y de la crisis.
Entonces se vuelve imprescindible estar muy despiertos y no perder la perspectiva de lo que está sucediendo.
Desde una mirada propia de la eugenética nazi, se pretende que los trabajadores se inmolen en altar de la economía capitalista, esta vez, víctimas de Covid-19.
Mientras tanto, la pandemia sólo recrudece el capítulo de la de la lucha de clases que ya estaba en desarrollo, al tiempo que se plantea la dicotomía entre los que vislumbran una salida por la vía del capitalismo “bueno” y quienes la ven por el capitalismo “malo”.
En este contexto, desde una mirada moral y ética, los trabajadores en general y los comunistas en particular, sumamos al enfoque del gobierno ante la pandemia que, fundamentalmente, busca preservar la seguridad sanitaria de los sectores más vulnerabilizados.
Pero desde una mirada política, seguimos intentando construir “desde abajo”, un camino que se debe plantear desde una perspectiva diferente a la hegemónica, que busque desmercantilizar y descentralizar, así como seguir trabajando para integrar la diversidad e incluso el antagonismo, hacia adentro de la clase proletaria y todos los actores agredidos por el capitalismo.
La situación derivada de la pandemia, vuelve a poner en evidencia que para la clase capitalista los trabajadores somos un insumo descartable.
Ante esto cobra relieve la necesidad de avanzar hacia formas alternativas para la organización de la producción, consumo y la comunidad social. Esto es, formas que se alejen de la mecantilización que imponen las relaciones del capital: formas no capitalistas.
Porque antes, ahora y el día después de la pandemia, la emancipación de los trabajadores, deberá ser obra de ellos mismos. Un concepto que tiene 156 años y sigue vigente, tanto como los estatutos de la Primera Internacional de los Trabajadores, donde fue redactado.