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Dom, Abr
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Política
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El acuerdo entre demócratas y republicanos va a permitir que EE.UU. no entre en default, pero no soluciona el problema crónico de déficit que acarrea desde hace más de dos décadas. La crisis capitalista en su más pura expresión.

Es un hecho que la mayoría demócrata del Senado le va a dar luz verde al acuerdo sobre el límite de la deuda de EE.UU. que el pasado miércoles aprobó la Cámara Baja y, así, va a poder llegar a manos Joseph Biden, para que el presidente firme la cláusula que le va a permitir taladrar el techo de deuda de 31,4 billones de dólares, con lo que Washington evitará entrar en un incumplimiento de pagos.

Todo quedó acordado tras el apretón de manos que se dieron el mandatario y el líder de la bancada republicana en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, después de que la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, advirtiera que el acuerdo debía rubricarse a antes del lunes venidero para que no se produzca lo que calificó como un “histórico default” que -amenazó- sumergiría a la economía estadounidense en una situación de fuerte caída en los mercados y pérdida de miles de empleos, algo que sería capaz de trastocar aún más el panorama global.

La situación lejos de ser novedosa, viene dándose de forma recurrente desde hace dos décadas, pero esta vez se prolongó más que en otras ocasiones, ya que fue durante enero que EE.UU. alcanzó el límite de deuda de 31,4 billones de dólares, por lo que el Departamento del Tesoro echó mano a lo que denomina como “medidas extraordinarias” para poder seguir pagando las facturas del gobierno federal que por ley está sujeto a una estricta regulación del nivel de deuda que puede asumir. De ahí que cuando llega a ese límite, tiene que pedir que el Congreso lo autorice a seguir endeudándose, algo que entre otras cosas, abre la temporada de rosca para que las facciones que representan demócratas y republicanos, así como los habituales cabildeos que juegan en ambos partidos, vuelvan a decir lo suyo.

En este caso y hasta donde trascendió, las prendas de negociación fueron recortes de gasto público de hasta 130 mil millones de dólares, como así ajustes en la entrega de subsidios al desempleo. Este es un punto clave, ya que si no se arribaba al acuerdo, el gobierno federal iba a tener dificultades para efectuar el pago de 25 mil millones de dólares, que debe hacer hoy viernes 2 de junio, correspondientes al seguro social y al programa Medicare, lo que ponía en riesgo de caer por debajo del umbral de la pobreza a alrededor de 27 millones de personas.

La última vez que EE.UU. pasó por una situación límite como esta fue en 2021 cuando el acuerdo se rubricó a sólo cuatro días de que cayera en default ¿Pero por qué pasa todo esto? EE.UU. registra un déficit de casi un billón de dólares cada año desde hace más de una década, sencillamente, porque gasta más de lo que percibe en carácter de impuestos, por lo que para compensar la diferencia se debe endeudar para cumplir con los pagos fijados en el presupuesto aprobado por el Congreso.

Esta situación que va creciendo constantemente desde 2001, hace que el nivel alcanzado actualmente por su endeudamiento, se ubique en una proporción similar al que tuvo al finalizar la Segunda Guerra Mundial. La cosa comenzó cuando envalentonado por los privilegios que le brindaba el flamante escenario unipolar, el entonces presidente George W. Bush avanzó en paquetes de recortes de impuestos a los sectores más concentrados de la clase capitalista, que fueron drenando las arcas estatales. Esta mirada se consolidó como política permanente a partir de acuerdos posteriores que se fueron dando entre republicanos y demócratas, algo que se profundizó con la reforma fiscal que se aprobó a instancias de Donald Trump y que fue la mayor rebaja de impuestos a grandes empresas desde la que impusiera Ronald Reagan.

Pero mientras pasaba todo esto, EE.UU. gastaba cada vez más y lo hacía, fundamentalmente, en la tarea de suministrar herramientas a su política imperial. Por eso es que nadie debería sorprenderse al advertir que el rojo en el presupuesto, comenzó a crecer drásticamente a partir de que con el gobierno encabezado por George W. Bush, EE.UU. dio comienzo a su “guerra contra el terrorismo” que desde entonces y con gestiones demócratas y republicanas, viene provocando una transferencia casi ilimitada de dólares hacia al Pentágono.

Los complejos militar-industrial y massmediático, junto a la industria del crédito, son los grandes ganadores de estos años. Sin contar el costo en vidas humanas y la destrucción perpetrada en los países invadidos, de acuerdo a un trabajo confeccionado por la Universidad de Brown en el marco de su proyecto Cost of War, en la invasión y posterior ocupación de Afganistán, EE.UU. gastó alrededor de 2,3 billones de dólares.

 

Así es el capitalismo

 

Como no podía ser de otra forma, como formación estatal paradigmática del capitalismo, en la etapa que actualmente atraviesa la crisis el sistema capitalista, EE.UU. ya es una economía que tiene serias dificultades a la hora de generar lo que precisa para pagar lo que gasta y, lo que es peor, todo parece indicar que entró en un bucle que se acelera cada vez más y en el que sólo encuentra solución corriendo hacia delante en su intento por exportar guerras lo más lejos de su frontera que pueda.

Esto explica por qué desde hace una década y metódicamente, viene fabricando un conflicto bélico en la frontera occidental de Rusia, al que haciendo valer su acción dorada en la Alianza Atlántica, arrastró a buena parte de Europa. Y es por eso que Washington sigue aprobando paquetes de ayuda bélica para el régimen de Kiev, lo que no es otra cosa que fondos que se destinan al Departamento de Defensa, lo que pone en estrés a las arcas estatales y, por lo tanto, provoca más déficit.

Pero esto no es todo. A menos de una década de que Washington iniciara su “guerra contra el terrorismo”, la Segunda Crisis de Larga Duración del Sistema Capitalista volvía a decir ¡presente! Esta crisis financiera y bancaria, fue saldada muy gentilmente por el gobierno demócrata que presidió Barack Obama, que se encargó de salvar con fondos estatales al sistema, en una maniobra que hundió a cientos de miles de ahorristas. Y, además, esto fue un aporte contundente al déficit crónico en el que se encuentra EE.UU.

Entonces en este rocambolesco bucle, los sucesivos gobiernos estadounidenses gastan para alimentar la ronda de negocios de lo peor de la clase capitalista que actúa amparada por la formación estatal que es su principal garante a la que, asimismo, benefician con constantes bajas de impuestos.

Todo esto se traduce, necesariamente, en más guerras que provocan formidables negocios para el complejo militar industrial y el financiero, así como en la imposición a escala global de su Economía Casino. Esto sintetiza cuál es la mirada geoeconómica que sustenta a la geopolítica y geoestratégica que despliega Washington, pero que a su vez le provoca un constante déficit. Entonces, no le queda otra que fabricar más guerras para pagar lo que ya gastó de más: y, así, ad infinitum.

Y, en esta dinámica, que le imponen los propios límites que tiene la expansión del capitalismo, EE.UU. está traspasando algunas líneas rojas, algo sobre lo que con particular elocuencia habla lo que ahora mismo pasa en la región del Donbás y el Mar de China.

Es que por más que los acuerdos del establishment estadounidense se empeñen en esconder la mugre debajo de la alfombra, no logran ocultar que el verdadero problema que ocasiona el terrible déficit de EE.UU. que se vincula directamente con los límites que presenta la expansión del propio sistema capitalista.

Entonces, como suele ocurrir, la guerra es la respuesta para la prosecución de la competencia intercapitalista, a modo de disuasión y eliminación de potenciales competidores en un escenario en el que la dinámica de acumulación y reproducción del capital se obstaculiza por la finitud de los recursos naturales y por la imposibilidad de reproducción infinita del capital.

Y esto es así, entre otras cosas, porque en el actual momento de su crisis, el capitalismo enfrenta el dilema que le plantea la sustitución del trabajo humano por la mecanización, la automatización y recursos más extremos que llegan hasta la inteligencia artificial. En todo este proceso hay una destrucción concreta de la población trabajadores, lo que significa un problema para el capital, ya que la plusvalía es la fuente de la ganancia que le da sentido a todo el andamiaje sobre el que se construye el sistema capitalista. Y la plusvalía se extrae de seres humanos, no de máquinas ni robots.

Va quedando más claro que el déficit estadounidense se debe, entre otras cosas, a que viene gastando mucho en cosas como financiar una carrera guerrerista que comenzó con el golpe de Estado que, en 2014, construyó un régimen fascista en Ucrania o en financiar la escalada armamentista que propone desde Taiwan contra la República Popular China (RPCh).

En todos los casos se trata de intentos de toma de posiciones geoestratégicas y geoeconómicas, pero también de una forma de atacar, disuadir, eliminar y disciplinar intentos de construcción alternativa, por lo que todo esto es también una manera sumamente brutal de la lucha de clases.

Con este telón de fondo, EE.UU. busca articular consenso internacional para aislar a la RPCh, pero también para su intento por establecer un escudo que vaya del Báltico al Mar Negro, con la finalidad de aislar a Rusia como primer paso para el cumplimiento del sueño húmedo de todo presidente yanqui: una balcanización de rusa que le permita a Washington apropiarse de los recursos naturales de este país.

Pero en este intento que incluye los ataques perpetrados contra el rublo durante la década pasada y su “guerra comercial” contra la RPCh, lo único que parece estar logrando EE.UU. es consolidar una nueva economía de bloques que tiene en la vereda de enfrente a un eje Moscú-Beijín, que gana en solidez y se muestra capaz de articular a otras formaciones estatales como las que convocan el Brics y otros foros que amenazan con desplazar el dólar como moneda de intercambio.